- La Gran Manzana de color rosa
- Un millón de gays desfilaron ayer para conmemorar el 25º aniversario de Stonewall, la famosa revuelta homosexual contra el poder establecido
- El Mundo, 1994-06-27 # Irene Hernandez Velasco · Nueva York
"Es el momento de marchar sobre el mundo". Este fue el grito de guerra de Stonewall'25, la manifestación que ayer reunió a un millón de personas frente a la sede de Naciones Unidas en Nueva York en favor de los Derechos Humanos de los gays y las lesbianas.
Travestis, gays, bisexuales, lesbianas, transexuales y heterosexuales, clasificados de todas las maneras posibles (padres de gays, gays padres, gays de la tercera edad, lesbianas enfermeras, heterosexuales amigos de gays, pilotos homososexuales, lesbianas sordas, homosexuales asiáticos, gays latinos, lesbianas cristianas, bisexuales judíos...), tomaron la Primera Avenida de Manhattan, recorriendo el camino que va desde la calle 42 hasta la 57 y subiendo luego hasta Central Park.
Una bandera gigantesca marchaba a la cabeza de la manifestación. Los colores del arco iris -símbolo de la comunidad homosexual desde 1978- ondeaban por toda la Primera Avenida, en una enseña de más de un kilometro y medio de longitud.
Más de 10.000 personas se encargaban de llevar ésta bandera, previo pago de una contribución mínima de 50 dólares por barba (unas 7.000 pesetas) que se destinarán a la lucha contra el sida.
Y tras la bandera, la juerga. Los que podían, que eran muchos, lucían bíceps poderosos y bronceados de rayos uva. Los travestis, con pelucas, modelitos ajustados y tacones altísismos. Las lesbianas, sin cortarse un pelo, se besaban y corrían de la mano.
Representantes de 70 países, organizados por orden alfabético, marchaban bajo un sol asfixiante. «Basque Country» (País Vasco), se leía en la pancarta que llevaba a cuestas Diego Ardanaz, miembro del Movimiento de Liberación Gay de Euskalerría (EHGAM). El cartel de «Spain» asomaba unos metros más atrás. Y «United Queendom» (La Reina Unida), más al fondo.
Había curas con alzacuellos, ateos que se burlaban de la religión. «Señor, líbranos de tus seguidores», decía la pancarta que cargaba una lesbiana. Y, sobre todo, mucho humor. Las camisetas con mensaje se veían por todos lados: «No soy gay, pero mi novio sí», «Nadie sabe que soy lesbiana», «Ocurre en las mejores familias».
Y en medio del mogollón, un traje y una corbata. Rudolph Giuliani, el alcalde de Nueva York, sudaba la gota gorda. La multitud le recibió con abucheos. «Es tradición que la Marcha del Orgullo Gay, que se celebra el último domingo del mes de junio, transcurra por la Quinta Avenida. Pero éste año, el tonto de Giuliani no nos ha dado su permiso», explicaba a gritos un homosexual.
Pero Stonewall'25 no fue sólo una fiesta repleta de color. Fue también un esfuerzo multitudinario para que se reconozcan ciertos derechos a las comunidades gays y lesbiana. Una lista con 13 demandas, elaborada por el comité organizador de Stonewall'25, recoge las peticiones más importantes.
Entre otras: que la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas incluya a los gays, lesbianas, bisexuales, transexuales y travestis; que se prohíban todas las restricciones que impiden a las personas enfermas de sida o seropositivas viajar, emigrar o pedir refugio en determinados países; que las organizaciones y misiones de Naciones Unidas informen de las violaciones contra la nueva Declaración Universal de Derechos Humanos y que la Asamblea General proclame el Año Internacional de los Gays y las Lesbianas (preferiblemente, para 1999).
Y es que, 25 años después de las revueltas de Stonewall, los gays están bien organizados, al menos en los Estados Unidos.
La primera piedra de éste movimiento por los derechos de los homosexuales se puso hace justo un cuarto de siglo, el 28 de junio de 1969. Ese día, en medio de un calor sofocante, tuvo lugar el entierro de Judy Garland, considerada como la «Sarita Montiel» de los gays norteamericanos.
Por la noche, el bar «Stonewall», sito en el número 53 de la calle Christopher, estaba de bote en bote. Unos 200 parroquianos se apiñaban en su interior, llorando la muerte de su diva. La Policía neoyorquina, en una de sus frecuentes redadas contra los bares de gays del West Village, se presentó en «Stonewall» y comenzó a arrestar a sus ocupantes. Nadie, hasta hoy, sabe a ciencia por qué esa noche los homosexuales se atrevieron a plantar cara a los agentes del orden, pero el caso es que lo hicieron.
Según Martin Duberman, autor del libro Stonewall, todo comenzó cuando una lesbiana protestó porque las esposas que le había puesto la Policía le estaban haciendo daño, recibiendo como respuesta un golpe en la cabeza. Acto seguido, según su versión, los espectadores comenzaron a arrojar objetos de todo tipo contra los agentes, dando comienzo sin saberlo al movimiento de derechos gays tal y como lo conocemos hoy en día.
Otros aseguran que el primero en rebelarse fue un travesti. Tras recibir un violento empujón, aseguran los defensores de esta tesis, el travesti se quitó un zapato y se lió a golpes con un agente, ocasión que aprovecharon otros travestis para hacer lo mismo con el resto de los policías al grito de «¡Cerdos!».
Al poco, botellas, latas, monedas y hasta cócteles Molotov volaban por los aires y todos los vecinos gays de Nueva York se habían dado cita en el Village para plantar cara a los agentes de azul y poner fin a sus abusos diarios.
«Tarde o temprano tenía que ocurrir que los gays nos atrevieramos a reclamar nuestros derechos, y ocurrió aquella noche», asegura Vee Martense, uno de los socios del bar «Stonewall» que fue testigo y parte activa en las revueltas del 69. «El caso es que con aquel motín dimos el primer paso. Ahora sólo hay que continuar».