- Albada espiritual
- La Nueva España, 2006-07-03 # Luis Muñiz
Una de estas lecturas posibles (quizá la más posible de todas) consiste en ver en la obra del prolífico pensador mallorquín (en origen sólo un capítulo de la novela Llibre d'Evast e Blaquerna) un libro de poesía y, además, de poesía amorosa, que hoy día ni siquiera excluye una interpretación en clave homosexual. El hecho de que la editorial DVD (con la colaboración de la más veterana Barcino) publique el texto en su colección de poesía no deja lugar a dudas; y si alguna queda, la disipa con su prólogo y su espléndida versión el poeta, crítico y traductor barcelonés Eduardo Moga, que logra traer el catalán algo enrevesado de Llull a un castellano cristalino, con todo y las constantes repeticiones que constituyen una de las marcas poéticas del texto original.
Pero hay más marcas poéticas en este libro, en el que Llull (que nació rico y llevó una vida disoluta hasta su conversión en 1263) aprovecha para retratarse a sí mismo arrostrando los peligros que conlleva la tarea de salvar almas, o de hacer más puras las que ya lo son: «-Loco amigo, ¿por qué destruyes tu persona, y malgastas tu dinero, y desdeñas los placeres de este mundo, y eres menospreciado por la gente? // Respondió: -Para honrar las honras de mi amado, a quien deshonran y desaman más hombres que los que lo honran y aman».
Hay que agradecer a Moga no sólo su ajustada traslación de los versículos (siempre limpia y literal, y de ritmo más fluido, aunque menos hipnótico, que el de Llull), sino su insistencia en emplear el mismo vocablo castellano para traducir un término que el autor repite hasta diez veces en la misma frase: «Gloria eres, amado, de mi gloria; y con tu gloria y en tu gloria das gloria a mi gloria, que gana la gloria de tu gloria. Por esta gloria tuya me son gloria...».
Más marcas poéticas, decíamos; el prologuista apunta varias: economía expresiva, estructuras paralelísticas, presencia del horaciano locus amoenus, influencia de la poesía trovadoresca y la mística sufí... De todas ellas nos quedamos con dos: el ascetismo verbal que se manifiesta en la constante repetición de términos (Moga ve aquí una suerte de oración derviche) y el influjo trovadoresco; este último, sobre todo, por los muchos versículos que se nutren de la doctrina del amor cortés (la relación de vasallaje llevada al terreno erótico), y en los que los tormentos que el amor al amado acarrea al amigo son equiparados a los dolores que el trovador padecía por su sometimiento a la amada.
Sin embargo, más allá del placer que la obra pueda reportar al amante de la albada y la «cançó» (y de la idea de búsqueda inherente a la tradición caballeresca, otra influencia del Libro), puede que el principal atractivo de esta edición sea el de situarnos ante un texto que, como la Vida nueva de Dante, se escribió antes de que el poeta quedara escindido por lo que Eliot llamó la disociación de la sensibilidad, y leerlo ahora, cuando sabemos que ya no es posible pensar y sentir al mismo tiempo. De esta tensión, nos parece, proviene el disfrute algo malsano que obtenemos escudriñando los versículos de Llull; de la tensión de sentir un libro cuyo carácter doctrinal nos es ya radicalmente ajeno.