- Iglesia y homosexualidad
- Perspectiva cristiana: esperanza contra fatalismo
- El Observador, n. 346, 2002-02-24 # José Ignacio Munilla Aguirre / Colaboración por convenio de periodismocatólico.com y El Observador
Uno de los más graves problemas que padecen las personas homosexuales es el escaso número de profesionales que trabajan en la investigación y el tratamiento de su tendencia. La tremenda presión que se puede llegar a soportar en nombre de lo políticamente correcto llega a coartar la libertad del ámbito de la ciencia.
Existen, no obstante, profesionales de primera línea que se atreven a continuar afirmando lo que la psiquiatría siempre ha afirmado: estamos ante un trastorno neurótico (Van Den Aardweg, Bieber & Bieber, Aquilino Polaino, etc.). Y, lo que es mejor, no cejan de ofrecer sus terapias curativas con resultados nada desdeñables. Me remito al estudio de Bieber & Bieber, publicado con base en la entrevista con más de mil homosexuales varones. Tras formular su teoría, concluye: «Un chico que goza de una buena relación con su padre no llegará a ser homosexual... En la mayor parte de los casos el hijo homosexual tenía una relación demasiado íntima con la madre...; con frecuencia la madre prefería este hijo a su marido». Mención especial merecen los estudios del psiquiatra holandés Gerard J.M. Van Den Aardweg, quien explica la homosexualidad como un complejo de autocompasión (Homosexualidad y esperanza. Terapia y curación en la experiencia de un psicólogo. EUNSA, 1997).
No existe la «condición»
Pasemos seguidamente a la visión pastoral. Es nuestro deber acoger con respeto y delicadeza a todas las personas homosexuales, de forma que se sientan queridas y aceptadas incondicionalmente. Pero tengamos presente que sólo lo verdadero puede ser realmente solidario y caritativo. No hay otro camino de liberación para las personas homosexuales que la lucha por corregir sus propias tendencias desviadas. La búsqueda de contactos y relaciones inestables y frustrantes por su propia naturaleza, desemboca a la larga en una profunda insatisfacción, por mucho que se disfrace de ruidosa alegría aparente.
En los documentos en los que la Iglesia católica aborda esta cuestión no se habla nunca de «homosexuales», sino de personas con una tendencia homosexual. No existe el «homosexual», como si se tratara de una condición constitutiva de la especie humana. La condición homosexual se debe colocar al mismo nivel de otras tendencias morales desordenadas, como el deseo de posesión, el ansia de dominio. Si la dinámica del instinto fuera suficiente para dar por buena una conducta, la moral se esfumaría hasta el punto de que cada uno terminaría por hacerse una ética según su impulso y apetencia.
La batalla por la voluntad
A lo dicho hasta aquí hay que añadir que el fenómeno de la homosexualidad no tiene siempre un origen de trastorno neurótico en la pubertad, sino que, por influjo de la pornografía, cada vez con más frecuencia se están dando casos en los que la desviación sexual ha sido adquirida, a base de adentrarse en una espiral de experiencias eróticas obsesivas.
En definitiva, la perspectiva cristiana de la homosexualidad es una apuesta por la esperanza, contra el fatalismo. Frente a las teorías freudianas, pensamos que la persona humana no se agota en su orientación sexual. A pesar de nuestros desequilibrios, mantenemos posibilidades de crecimiento y de renovación.