- El eterno retorno y las prohibiciones
- La Tribuna de Albacete, 2006-01-08 # Dimas Cuevas
Los antiguos (que no tendrían ordenadores pero sabían de la vida bastante más que nosotros) decían que no hay nada nuevo bajo el sol, que los hombres somos tan poco originales que nos limitamos a repetir las mismas cosas cada cierto tiempo, en un eterno retorno que otros identificaban con el movimiento pendular de la historia.
En España nos creemos que hemos descubierto las Américas con la Ley Anti-tabaco, pero realmente sus métodos y finalidades son más viejos que el mear. Al fin y al cabo, en todos los internados de esa España negra que tanto le gusta retratar a Almodóvar era una obsesión impedir que se fumase.
Igual que ahora, encender un pitillo dentro del recinto se castigaba con severas sanciones; igual que ahora, se amenazaba a los fumadores con las penas del infierno: el terrenal por las enfermedades, y el trascendente por no pensar en los demás. Entonces, igual que ahora, los que no podían aguantarse salían a la calle a echarse un «peta», y los más valientes se encerraban en el váter con el pitillo y al final aireaban el chamizo como podían para que no les pillasen.
También entonces, igual que ahora, se fomentaba la delación y el espionaje animando a los «buenos internos» a denunciar a los transgresores. Bien es cierto que en este último aspecto se pueden encontrar antecedentes más remotos y eficaces en los métodos de actuación del Santo Oficio.
Vivimos en un gran internado, con unos «padres» buenos que se preocupan por nosotros incluso a nuestro pesar, y que si nos portamos bien, a fin de curso nos llevan de excursión… con los viajes del Inserso. El siguiente paso, ya nos lo están avisando, es hacer con el alcohol lo mismo que con el tabaco, y luego quién sabe, le tocará el turno a la comida basura o nos sacarán a hacer gimnasia a la calle por las mañanas a toque de silbato, como en la China de Mao. Nos van a salvar de nosotros mismos, queramos o no.
La única diferencia entre situaciones pasadas y la actual es que, en esos tiempos no tan remotos, el tabaco compartía cartel con el sexto mandamiento, mientras que en la actualidad a nadie se le ocurre prohibir que salgan culos por la tele: al contrario, se reparten guías pro-lesbianismo en las escuelas y se incorpora el «derecho a la homosexualidad» como una materia curricular más. Se ve que fumar puros es menos perjudicial que fumar cigarrillos…
P.S.- El cuarto Rey Mago, ese arcano de los evangelios apócrifos y la tradición cristiana, no es ningún príncipe africano, no es ningún astrólogo egipcio. El cuarto Rey Mago es un servidor, que -lo cuento ahora que no me leen mis chiquillos pequeños- se pegó la víspera de Reyes envolviendo regalos como un descosido, convenció a sus vástagos para que se fueran a la cama antes de la una en la noche del 5, colocó los paquetes en cada par de zapatos sin equivocarse, y se levantó al escuchar el primer grito de «¡Han venido los Reyes!» para poner orden en la apertura y destrozo de los paquetes primorosamente envueltos apenas unas horas antes.
El cuarto Rey Mago también introdujo los papeles de regalo y envoltorios de cartón en bolsas relativamente adecuadas para el reciclaje, y todavía en pijama, tras deglutir un trozo de Roscón mojado en chocolate, se miró al espejo satisfecho diciendo en voz baja: «Otro año más…».
Habrán advertido ustedes que el cuarto Rey Mago no compra los regalos, no recorre jugueterías buscando la petición más peregrina, no hace listas para que todos reciban el mismo número de presentes, no lleva tres meses poniendo la oreja para saber el regalo preferido de cada chiquillo… Eso, por aquello de la tradición y porque es así desde los siglos de los siglos, lo seguimos apuntando en el haber de Melchor, Gaspar y Baltasar.