- ¿La prostitución es un trabajo?
- El Ciervo, 666-667 zbk., 2006 iraila-urria # Jordi Pérez Colomé
Desde abril a julio, una Ponencia sobre ‘la prostitución en nuestro país’ de la Comisión Mixta de los Derechos de la Mujer y de Igualdad de Oportunidades del Congreso de los Diputados ha escuchado a multitud de expertos en prostitución. En las próximas semanas publicará sus conclusiones. Jordi Pérez Colomé plantea en un reportaje las principales opciones sobre la prostitución, que podrían resumirse en legalización o abolición.
Beatriz me recibe en su piso y me lleva al salón. Hoy es sábado y no ha tenido ningún cliente. Beatriz es una negra brasileña que tiene otros dos nombres. Uno es su nombre real, Juan –Beatriz es travesti–, y el otro es Sara, que utiliza en su trabajo y con el que se anuncia, como travesti, en El Periódico. (Beatriz es el único nombre verdadero de los tres que utilizo.)
Beatriz tiene este piso donde vive y trabaja entre semana, y otro que es su casa y en el que pasa los domingos. Los dos son de alquiler y paga por ellos más de 1.500 euros. Beatriz convivió con un italiano durante unos quince años –”casada”, dice ella, aunque dos hombres no pudieran hacerlo entonces– que murió el año pasado de repente. Tenían su empresa y a ella se dedicaban en cuerpo y alma. Para recuperarse anímica y económicamente, Beatriz volvió a la prostitución, que ya había practicado en Brasil cuando se fue de casa y aún era menor de edad. Beatriz es una piadosa creyente y recuerda cada mes a su marido con una misa en una iglesia de las Ramblas de Barcelona. Le pregunto cómo va a tratar con el párroco y a las misas, y me dice que como Juan, vestida de hombre.
Cuando Beatriz cuenta estas cosas es una persona normal que explica sus problemas. Pero cuando habla de Sara lo hace con una voz más dulce y habla de ella en tercera persona: “Sara tiene 27 años, siempre tiene 27 años” (Juan tiene algunos más). Sara es un personaje bien definido: “Cuando me pongo la peluca, la minifalda y me maquillo soy Sara, que es una pobre inmigrante sin papeles e indefensa. Cuando le abro la puerta a un cliente le doy un besito en la mejilla –el besito es muy importante–, les gusta mucho encontrarse con una jovencita humilde y sin recursos”. Beatriz ríe a carcajadas mientras me explica cómo es Sara con los clientes. Para redondear el personaje, Beatriz se ha inventado a “la gorda”, que sería la propietaria del meublé y explotadora, a la que Sara le daría todo el dinero que gana. Así saca también alguna propinita: “Toma estos 20 euros para ti, escóndetelos”, le dice algún cliente. “Sí, mi amoorrr”, contesta Sara. Beatriz, cuando habla como Sara, acentúa su ya fuerte tono brasileño y lo saltea con expresiones como “claro cariño” o “sí mi amor”. Compruebo todo esto cuando le llama un cliente y le dice que ahora no puede hablar porque “hoy es el cumpleaños de la gorda” y tiene que estar con ella. Cuelga el teléfono –”adiós, cariño”– y ríe. Aprovecha que tiene el móvil en la mano para enseñarme unos mensajes escritos que le envían algunos clientes. “¡Mira este qué dice!” Nos reímos un rato con las invenciones atrevidas y un poco toscas de los interesados.
El club y la calle
Beatriz trabaja por su cuenta, en su casa y consigue los clientes a través de los anuncios clasificados del periódico y de una página web. Este es un tipo de prostitución selecto, casi el más selecto. Los dos modelos en cambio más comunes son el club y la calle. Ambos tienen sus ventajas e inconvenientes. En los clubes hay más seguridad para las chicas –aunque si surge algún problema parece que el propietario suele ponerse de parte del cliente. Los inconvenientes son que las chicas no pueden negarse a nada y que deben compartir sus beneficios con el jefe. Por lo que parece, sin embargo, el trabajo en los clubes depende en buena medida del carácter y rigidez del dueño.
La calle tiene en cambio el peligro de la falta de zonas adecuadas y de la seguridad: robos, violaciones, agresiones. Las ventajas son obtener ingresos por cuenta propia, sin horarios ni obligaciones impuestas.
Estas son las dos grandes modalidades de prostitución. El caso de Beatriz es pues especial. Beatriz, en cambio, sí que está en la mayoría en cuanto a su origen: el 90 por ciento de mujeres que ejercen la prostitución en España son inmigrantes. Según la Guardia civil, la mayoría son de Europa del este, seguidas de las latinoamericanas y africanas.
Las estadísticas en el mundo de la prostitución son siempre aproximadas y dependen mucho de quién te las dé. Hay pocas fiables. Casi todas las personas con las que he hablado coinciden sin embargo en que la inmensa mayoría de prostitutas son extranjeras. La aparición de prostitutas extranjeras es reciente, desde hace unos diez años. Y en estos diez años las nacionalidades han cambiado mucho. La gente de Barcelona que trabaja sobre el terreno, cuando les preguntaba por los países de origen, hacían variar su respuesta por meses, como si llegaran con cupos: “En los últimos meses ha aparecido incluso un grupo de chinas”, me dijo una.
Otro de los grandes enigmas en prostitución es averiguar cuántas prostitutas lo hacen forzadas. La prostitución obligada, ya sea porque las chicas vienen engañadas o porque directamente se las obliga, está ya penada en nuestra legislación. La policía tiene los medios para perseguir a los culpables. En la práctica, sin embargo, no es tan fácil. Nadie delata a los traficantes porque las chicas temen las represalias contra sus familias en su país y a los policías les cuesta reunir las pruebas para actuar de oficio. Este tipo de prostitución no es por tanto prostitución, sino que se acerca al esclavismo, y por ello este reportaje no hablará de ella. Este es sin embargo uno de los grandes argumentos de las partidarias de la abolición de la prostitución: si no existiera la prostitución, dicen, tampoco existiría la prostitución forzada, dicen. Aunque intentar abolir la prostitución, no significa siempre conseguirlo.
Un mundo dividido
Entre las organizaciones que se dedican a ayudar o estudiar a las prostitutas, hay dos grupos muy bien definidos: las que apuestan por la legalización de la prostitución y que se convierta en un trabajo cualquiera, y las que preferirían verla abolida. Cuando iba a entrevistar a alguien, ya sabía de qué lado estaba. A menudo, sólo la mención del nombre de una mujer –y digo “mujer” porque todas las personas con las que he hablado lo son– del bando opuesto ya provocaba sonrisas socarronas. Es una distinción profunda. Yo hablé sólo con mujeres de Barcelona, pero me dejaron claro que la distinción valía para toda España. El profesor de Derecho Fernando Rey dijo en la Ponencia sobre la prostitución del Congreso que el feminismo español estaba inmerso en una “guerra de trincheras conceptual”.
En el bando partidario de la legalización predominan las personas que trabajan con prostitutas sobre el terreno, que les buscan soluciones y que comparten sus problemas. El grupo que prefiere la abolición presenta un discurso más teórico, basado en citar listas de derechos humanos y tratados internacionales. Es quizá la diferencia más sorprendente. Le pregunté a Gemma Lienas, autora del libro Quiero ser puta (Península), que aboga por la abolición de la prostitución, por qué no había incluido ningún testimonio de prostitutas en su obra: “Porque lo encuentro, cómo te lo diría, sensacionalista”, me dijo. A continuación, sin embargo, me contó el caso de una prostituta que lo había pasado muy mal. Debo decir que todas las prostitutas con las que hablé –incluida Beatriz– me las proporcionaron las mujeres del bando favorable a la legalización. Pero también debo reconocer que desde el otro bando me citaron en poquísimos casos las palabras de las interesadas, y en algún caso me advirtieron con razón y celosamente sobre el tipo de testimonio que me podían ofrecer las prostitutas con las que me habían puesto en contacto desde el otro grupo. Sí es un trabajo
A todas las personas que he entrevistado les he preguntado por qué una mujer se dedica a la prostitución. Todas me han dicho que por necesidades económicas. “Ninguna te dirá que lo hace por gusto”, me dijo Blanca, una prostituta de 65 años. Las posibilidades laborales de una mujer inmigrante irregular –y la mayoría de las prostitutas lo son– están muy limitadas. Más allá del servicio doméstico de todo tipo, hay pocas oportunidades. La prostitución ofrece más dinero y un horario laboral compatible, por ejemplo, con hijos pequeños. La prostitución implicaría por tanto la decisión de la mujer que la ejerce, entre las pocas posibilidades que tiene a mano. Este es el argumento más repetido entre las mujeres que aspiran a la legalización: si una mujer decide ser menos pobre y quiere utilizar para ello sus “facultades sexuales”, no debemos prohibírselo, sino ayudarla, dicen.
Mercè Meroño, coordinadora del servicio Àmbit Dona de la ong Àmbit Prevenció, cree que “es una decisión; de las cosas que puedes hacer, escoges esa. No estamos en una situación ideal y gracias a un trabajo como ese se puede tirar adelante una familia; es una vía de autonomía para muchas mujeres”. Por ello, para Meroño se trata de un trabajo más: “Si quitamos la paja, qué queda: un acuerdo entre dos personas adultas”.
Lourdes Perramon es una religiosa de la orden de las Oblatas que dirige el centro El lugar de la mujer en el barrio del Raval de Barcelona. Es uno de los testimonios más impresionantes que he recogido: “No es cuestión de corroborar una teoría –dice Perramon. La sociedad es compleja y es difícil elaborar una sola teoría. Hay que dar apoyo a todas, tanto a las que lo quieren dejar como a las que quieren continuar”. Las prostitutas que acoge Perramon utilizan el verbo “trabajar” con naturalidad: “Voy a trabajar”, dicen, con lo que así ellas deben verlo. Otras ven su labor como algo más que sexo: “Hacemos de psicólogas”, le dicen a Perramon. Unas de las prostitutas con quien he hablado, Blanca, dice: “Les tenemos que escuchar a los clientes sus cosas personales, sus vivencias. Yo les digo lo que haría en mi caso. Les vas conociendo cada vez más [se refería a clientes asiduos]. A lo mejor es algo que no se lo comentan ni al vecino. El acto sexual es a veces lo que menos importa”.
¿Pero la prostitución es un trabajo como cualquier otro? Esta es la pregunta más difícil que deben responder las partidarias de la legalización. “No lo es, dice Lourdes Perramon. Es más difícil separar el ámbito personal del trabajo. Quien no es capaz de distinguir se ‘siente sucia’. Quien en cambio distingue, pues muy bien: hacen un papel y se quedan tan tranquilas. Depende de la manera de ser, de los valores, de las creencias”.
Las connotaciones de la palabra “puta” como insulto gravísimo para una mujer perjudican sin duda las aspiraciones sociales de las mujeres que se dedican a la prostitución: “El peor insulto para una mujer es ‘puta’; para un hombre es ‘hijo de puta’. Este es el trasfondo que funciona. Con ‘maricón’ hemos cambiado el chip. Con puta hay que hacer lo mismo”, cree Perramon. Sin ánimo de comparar, el cambio de actitud social ante la comunidad gay es algo que he oído a menudo. Dice por ejemplo Blanca: “No aceptan a las trabajadoras sexuales de toda la vida y en cambio se aceptan los matrimonios de gays y lesbianas y les dan derechos que no tenemos nosotras. Somos muy modernos para aceptar esto, pero prehistóricos y falsos a la hora de aceptar el trabajo sexual como algo normal”.
Por todo esto, el estigma que lleva encima una prostituta es enorme. Nos cuesta imaginar cómo una persona que se dedica a eso pueda tener aparte su vida personal. Isabel Holgado es antropóloga y coordina la ong Licit: “¿Quién es la guapa que se saca el estigma y va al INEM y dice que trabaja de prostituta?” Por esto y por el gran número de inmigrantes sin papeles que hacen de prostitutas, el proceso de legalización de este trabajo en Alemania y Holanda ha tenido “escasísima respuesta”, según Holgado. “Como dicen ellas, hay que tener familias muy pequeñas para decir por ahí que trabajas de esto”.
La legalización ofrecería, además de derechos laborales y sociales a todas las prostitutas que lo desearan, sobre todo un camino para mejorar la imagen de las personas que se dedican a ello. ¿Pero seguiría siendo algo indigno? “¿Quién es nadie para decirles qué es indigno? ¿Qué es la dignidad de la mujer? ¿La pobreza, vivir mal toda la vida, es digno?”
No es un trabajo
Los partidarios de la postura contraria apuestan por encaminarse hacia la desaparición de la prostitución. Lourdes Muñoz es diputada del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados y forma parte de la Ponencia que ha oído decenas de charlas sobre expertos en prostitución. A finales de septiembre debe presentar sus conclusiones. A la pregunta de Isabel Holgado si es más indigna la prostitución o la pobreza, Muñoz responde con otra pregunta: “¿Nuestro modelo de país es que la pobreza se resuelva con prostitución? Es una profesión degradante y sería mejor que se dedicaran a algo más digno”. Precisamente, otras actividades íntimas con las que las personas pobres podrían comerciar están prohibidas: “Para que la gente desafortunada no deba hacerlo, no se puede comerciar con óvulos, órganos, úteros de alquiler”.
Los argumentos de los partidarios de avanzar hacia la desaparición son teóricos, con argumentos de proyección internacional. El Protocolo de Palermo contra las mafias de la inmigración, que España ha firmado, es uno de los más citados. Ahí se dice que la necesidad económica de una persona se considera ya como algo que obliga a prostituirse. Así, la suma de mujeres que se dedican a la prostitución obligadas por mafias más las que lo hacen obligadas por sus necesidades económicas, suma un 95 por ciento. Así queda uno de los grandes argumentos de este lado: “Un 95 por ciento de las personas que se prostituyen lo hacen forzadas”.
El segundo gran argumento de este bando es que la prostitución es un trabajo indigno. La escritora y periodista Gemma Lienas se pregunta en su libro: “¿Qué haríamos si una hija nuestra a los 18 años nos dice que quiere ser prostituta? ¿Si es un trabajo como otro, cómo le diremos que no puede ser?”
Uno de los modelos para quienes preferirían ver desaparecer la prostitución es Suecia. Allí se ha optado por la abolición de este oficio mediante la penalización de los clientes. Así disminuye la demanda sin hacer sufrir más a las más indefensas. Sin embargo, Lourdes Muñoz reclama “nuestro propio modelo”. En España, según el Instituto Nacional de Estadística, el 27 por ciento de los hombres entre 18 y 49 años reconocen que han ido con prostitutas alguna vez en su vida. Serían quizá muchos nuevos delincuentes.
El modelo que se propone desde el Partido Socialista es un plan con tres puntos básicos: primero, más medios policiales y judiciales para luchar contra el tráfico de mujeres. Segundo, un plan de reinserción para las mujeres que quieran dejar esta práctica (en Italia dan una renda temporal de reinserción y a las sin papeles se les conceden los papeles unos meses para que busquen un nuevo trabajo legal). Y tercero, atacar la demanda: una campaña para disminuir la demanda desde las escuelas. “Hay que cambiar la actitud de los varones jóvenes”, dice Muñoz. El perfil de cliente cambia de hombre casado de 40 a 60 años a jóvenes de 20 o 25, que ven la prostitución como una oferta de ocio nocturno más.
Los dos grandes partidos políticos españoles están de acuerdo, por distintos motivos, en que la prostitución debería desaparecer. Esta es la tendencia mayoritaria en España y la que en principio dominará cualquier propuesta de legislación.
El nombre ya es un problema
El vocabulario que se utiliza para hablar de la prostitución es muy importante. He tenido que ir con cuidado en mis entrevistas para no deslizar denominaciones incorrectas o no aceptadas. Las personas que abogan por la legalización hablan de “trabajadoras sexuales” (o “trabajadores”, si es el caso) o “mujeres que ejercen la prostitución”; el segundo es más neutro y lo he oído también en gente que quiere abolir la prostitución. Son palabras menos insultantes que las habituales y en las que es más fácil entender la distinción entre este trabajo y la vida privada, una de las grandes luchas del colectivo en favor de la legalización. Las mismas “trabajadoras sexuales” también prefieren que digamos que ellas “alquilan su cuerpo”, “venden servicios sexuales” o que “utilizan sus facultades sexuales como fuente de ingresos”, y no que “se venden”. “Yo no me vendo a nadie”, me ha dicho una.
En cambio, una parte de las personas –las más radicales– que desearían ver cómo la prostitución desaparece, hablan de “mujeres prostituidas” y de los clientes como “puteros”. Es curioso, sin embargo, cómo a los clientes les gusta esta denominación y se llaman así entre ellos.
¿Y los clientes?
El cliente es el gran desconocido en la prostitución. Durante la elaboración de este reportaje, he preguntado a muchos familiares y amigos: “¿Conoces a clientes de prostitutas?” La respuesta siempre era que “pues, que yo sepa, no”. Aunque lo más normal es que todos conozcamos alguno: uno de cada cuatro españoles ha ido alguna vez con una prostituta.
Así, para saber cómo son no tuve más remedio que entrar en un foro en internet donde comparten experiencias, direcciones y esperanzas. Me quedé con tres impresiones. Primero, son personas aparentemente normales. Tienen entre 20 y 60 años; trabajan en oficinas, de comerciales, son ingenieros (a muchos no les gusta su trabajo); la mayoría están casados o con novia (“para mí no pasa nada, aunque si mi mujer lo supiera no creo que pensara lo mismo”, escribe uno). Segundo, van con prostitutas por distintos motivos –quitarse el estrés, divertirse, nuevas experiencias–, pero la mayoría coincide en pedir implicación a la chica, con lo que el mérito de ellas como actrices es uno de sus grandes puntos a favor. Y tercero, muchos insisten en dos tópicos: la vida son cuatro días y hay que disfrutarlos (“y dos días ya los he vivido”, dice otro), y que si alguien va una vez, ya no lo deja: “Es como una droga, si la pruebas ya no te suelta”.