- Adopción de niños y homosexualidad
- Libertad Digital, 2002-06-26 # Pío Moa
Un matrimonio homosexual es un contrasentido, pues la necesidad del matrimonio sólo puede entenderse como medio para formar una familia y mantener la especie –se consiga luego o no–, cosa vedada por principio a los homosexuales. Pero, ¿por qué se obstinan ahora éstos y ciertos partidos y políticos, desde Rodríguez a Ruiz Gallardón, en equiparar lo que no es equiparable de ningún modo? Por la misma razón que antes muchas parejas, por lo común izquierdistas y revolucionarias, se negaban a constreñir su amor, real o supuesto, a unas normas burocráticas y compromisos sociales (menos aún a la religión, descartada por principio). ¡Ellos eran libres, y no aceptaban el yugo una vez terminado su “amor”, que por otra parte no precisaba pólizas ni firmas! En otras palabras, estaban en contra de la familia concebida como un compromiso y una “institución burguesa”, postura probablemente equivocada, pero al menos sincera. Y contra la familia siguen estando los mismos y otros, aunque emplean artes mucho menos honradas. Al pretender igualarse –en lo legal, pues en lo real y legítimo es imposible– con la familia genuina, intentan claramente trivializar, rebajar y socavar ésta al nivel de una carnavalada.
La indecencia de los Rodríguez y los Ruiz Gallardón llega al colmo cuando pretenden hacer de los niños (que no votan, claro), las víctimas de su demagogia seudoigualitaria. El primer derecho de un niño es el de tener un padre y una madre, aunque a veces, por cualquier desgracia, ello no se cumpla. El otro día, en “La tarde con Cristina”, de
Otro comunicante contó el caso de un niño de ocho años, bastante rebelde, cuyo padre había “salido del armario”. El niño exigía del consejo escolar dejar de vivir “con dos maricones”, y decía estar harto de ver a su padre “a cuatro patas”. Tampoco el argumento vale. Entre los homosexuales, como en el resto, hay gente de todo. Pero aunque no se tratase de unas locas, sino de una pareja discreta y responsable, ésta no tiene derecho a hacer a un niño víctima de una caricatura de familia. Es más, si es discreta y responsable no se le ocurrirá adoptar niños como si fueran mascotas. Tales pretensiones nacen del capricho abusivo de los más gritones e irrazonables, o de la vacuidad mental y moral de ciertos politicastros.