El escándalo de los “Legionarios de Cristo” y de su “degollador” de niños, pedófilo al que uno de sus comparsas en Chile, el cura O’Relly, poco menos lo pone al nivel del sufrimiento de Cristo en este vía crucis de denuncias fundadas pero muy bien ocultadas por el Vaticano, por más diez años, continúa con la serie de otros tantos donde estos cuervos, picadores de culos infantiles, actúan sin misericordia y sin acto de contrición alguno.
Por cierto que no se puede generalizar. No todos los curas son pedófilos. También los hay homos y más que probable, coexisten además en este rebaño clerical, onanistas heterosexuales. Para emplear un término más elegante que de “pajeros” o masturbadores.
Mientras sea en la soledad de sus celdas o dormitorios, todo está bien. Está en la naturaleza humana.
Es sabido que los pedófilos buscan oficios donde estén en contacto directo con niños y en los cuales ejercen una autoridad delegada por los respectivos padres: colegios, liceos, scouts, “retiros espirituales” y la lista es larga, sin olvidar las actividades deportivas.
Debajo de la sotana, se esconde un animal feroz y sin conciencia alguna, con la hipocresía del canalla, del predicador que proclama la abstinencia a los que se han dado el derecho de vivir como seres humanos, con una actividad sexual declarada, sea ésta incluso homosexual.
Pero ellos, absolviéndose en la confesión, han destruido y seguirán destruyendo la existencia de miles y miles de niños y jóvenes.
¡Que se vayan al Infierno, pero en esta vida y no con la cual asustan a sus fieles!
Gozan de una complicidad en su crimen, cosa inaudita, de los propios padres de los niños víctimas. ¿A cambio de qué?
De que éstos reciban una educación supuestamente elitista, en el sentido que no tendrán que codearse con el medio pelo o el rotaje y que en el futuro serán los que continuarán manteniendo la sartén por el mango. Mientras tanto, lo único que se les exige, que tengan debidamente el mango del eclesiástico o educador pedófilo.
Ser creyente, abrazar la fe cristiana, cumplir con los diez mandamientos y los otros también, no quiere decir en ningún caso que para ello los críos deban ser sacrificados en el altar de la mariconería, defendiendo incluso al autor del crimen, como ha ocurrido en numerosas oportunidades.
Estos bandidos apollerados tienen el mejor aliado en los padres de los niños. Son estos los verdaderos culpables. Porque ya nadie puede ignorar la esencia misma y contra-natura de un celibato voluntario de los sacerdotes. Va en contra de todo principio humano y ni siquiera obedece a razones teológicas como se pretende.
Comparar a Cristo con un pedófilo es blasfemar. Comparar a Cristo con un legionario violador, es insultar el mensaje que este prodigó en su corta pero intensa existencia: “Dejad que los niños vengan a mí...”, no quiere decir, de ninguna manera, “entréguenme sus niños para violarlos”.
En todo proceso por pedofilia hacia los que abusan de su autoridad (porque no sólo hay curas en el baile), también deben ser procesados los padres. Si no es la Justicia que asume tal responsabilidad, deben ser las propias víctimas de entamar proceso contra sus genitores, por irresponsables y cómplices.
¡Que también paguen!
Claro que será un asunto difícil de lograr. Estos pedófilos cuentan –ya lo dijimos- con fuertes influencias en el medio financiero y político. Muchos de estos “decidores” pasaron por las aulas de institutos dirigidos por eclesiásticos. Muchos son miembros “laicos” de los llamados legionarios de Cristo u otras organizaciones del mismo estilo. Más de alguno –es más que probable-, quiere repetir el mismo esquema al cual fue sumido siendo niño; es decir, ser “le petit-mignon” del cura respectivo. También es probable que obligue a su propia progenitura a satisfacer su propia depravación sexual.
La lista de casos, ¡Malaya!, es además enorme.
De ahí que no queda otra alternativa que pensar que existe una concomitancia criminal entre eclesiásticos pedófilos y estos padres que no merecen el nombre de tal.
¿Amas a tu hijo, hija? ¡Aléjala, cabrón, de estos curas!
Toda generalización es absurda, equivocada. De haber curas “normales” (la prueba: hay quienes tienen críos diseminados por aquí y por allá), los hay, Indiscutiblemente existen los que cumplen su ministerio en la fe y en las auténticas enseñanzas de Cristo. No se puede negar. Asimismo, algunos se atreven a levantar la voz exigiendo el derecho al matrimonio. Pero éstos, por cierto, son silenciados por el enorme aparato de poder del Vaticano.
Si en la llamada “sociedad civil”, los homosexuales han logrado el derecho a contraer nupcias, es incomprensible que los sacerdotes católicos no logren obtener este derecho que en lugar de alejarlos de los feligreses, los acercarían aún más de los que todavía siguen “creyendo”.
El poder de los “legionarios” es más importante que la del simple cura de parroquia, sin otra riqueza que su sotana y de servir a los pobres, derechamente, sin depravación alguna. Son más fuertes los pedófilos que se protegen en el Vaticano, los canallas que son perdonados por sus pares y protegidos por una oligarquía cuya única fe es el billete.
Y por uno que otro diputado o senador –sea en el país que sea-, que guardan sabrosos recuerdos de su paso en las celdas, confesionarios y capillas, gracias a sus guías espirituales.
Si en Chile existiese realmente una legislación que proteja a nuestra infancia, un sistema educacional a la altura de las circunstancias y sin que le cueste una chaucha a los padres, tanto en el sector privado como en el público, en la cual la regla común sería una formación exigente y a la altura del mundo actual, no habría por qué entregar los niños a estos degenerados.
Si en Chile existiese una selección rigurosa y previa a todo contrato en la Educación Nacional, en la cual los enseñantes cumplan los requisitos necesarios para ejercer este que es un verdadero apostolado, en el sentido de su normalidad o que asume su diferencia abiertamente si es homosexual (que en ningún caso quiere decir “pedófilo”), este tipo de problema se reduciría al mínimo.
Empero, el pedófilo es una bestia que sabe disfrazarse. Entonces, si el crimen se confirma, el legislador debe aprobar una ley en la cual la bestia sea encerrada por el resto de sus días, a sabiendas que en el noventa por ciento de los casos existe una recidiva.
Dejarlos libres, es otorgarles la libertad para destruir a nuevos niños. Dejarlos libres es para que continúen en la complicidad paternal, violando niños.
El chileno se jacta de su hombría, de ser macho con pelo en pecho. Desgraciadamente, estos hipócritas que se golpean con una piedra en el pecho, estos beatos de cuatro centavos nos demuestran que son tan culpables como los pedófilos apollerados, entregándoles a sus hijos que no por ser burguesitos, cargados al tonto billete, merecen ser “pasados por las armas” por estos autodenominados “legionarios de Cristo”.
“Dime con quien andas y te diré quién eres.” No hay nada más cierto, como que el Infierno existe en la Tierra y no en el Cielo.
Amén.