- Reportaje: Soy de los que pegan
- El País, 2006-11-26 # Patricia Ortega Dolz
Yo al principio era de los que recibían, pero hace tiempo que soy uno de esos chicos que se pasa la hora dándole collejas al de delante. ¿Por qué? Porque es el que no se defiende. La vida es una cuestión de respeto y a veces se gana a hostias. Si te ven que eres el más achantao van a por ti. Aquí pisas o te pisan. En el colegio era distinto. Allí los profesores me conocían y me trataban como si fuera de la familia, y no tenía problema. Aquí soy la oveja negra".
Mike, como ha decidido llamarse este estudiante de 17 años que cursa segundo de bachillerato en Madrid con una media de notable, llega a la cafetería del instituto después de su última pelea. Detrás de esa cara de niño, con ojos oscuros y despiertos, vaqueros, zapatillas, sudadera negra con capucha, mochila, cadena de plata gruesa al cuello y anillo a juego, se oculta un chaval problemático e inadaptado:
-He hablado con él. Le he tenido que poner la silla en el cuello y advertirle de que no se vuelva a repetir porque si no... Me he cagado en todos los rumanos y le he dicho que estaba hasta la polla de sus tonterías. Y ya, sin problemas -resume de su última actuación.
Lo que ocurrió (es su versión) fue que él iba andando por la clase y pisó "sin querer" la cartera a un compañero de origen rumano, con la mala suerte de que le rompió la tapa de la calculadora. El dueño de la calculadora decidió tirarle su mochila por la ventana. Así que su respuesta fue la que él contaba al llegar a la cafetería...
-A mí me va mal porque soy muy impulsivo. Pero ya me empiezo a controlar.
Apenas llevaba una semana en el instituto cuando le echaron por primera vez. Expulsión. Ése fue uno de los primeros conceptos que aprendió en ese centro Mike.
-Había estado hablando en clase y el profesor me obligó a escribir 100 veces: "No hablaré en hora de clase". Me pareció una tontería y no lo hice. Así que me mandó 500. Y si no había escrito 100, menos iba a escribir 500 veces esa gilipollez. Llegó a mandarme que lo escribiera 5.000 veces. No lo hice, ni una sola vez. La siguiente amenaza fue: "A jefatura". Cuando salí del despacho del jefe de estudios no sabía qué hacer. Estaba expulsado. Iban a llamar a mis padres. Era la primera semana de instituto. Tenía 13 años. Me fui a la calle y anduve horas y horas. No sabía qué hacer. Si volvía a casa me iba a caer una bronca de la hostia. No quería volver. No sabía adónde ir. Al final me encontraron. Vi a mi padre venir hacia mí. Pensé que me iba a dar un hostión. Pero me abrazó. La amistad más importante son mis padres. Nunca me van a dejar tirado.
Pocos saben qué es lo que le importa a Mike. Casi nadie, salvo algún profesor, sabe que es un crack con los ordenadores. Nadie sabe que quiere ser ingeniero informático, que da clases particulares a chavales de cursos inferiores de matemáticas, física y química ("y aprueban... ¿eh?"), que se pasa las tardes en casa estudiando y jugando con su hermano pequeño, y que luego su madre, que vive bastante ajena a sus problemas de comportamiento, repasa con él la lección.
-Por eso yo voy al instituto a divertirme. Las clases son un coñazo. Muchos profesores llegan y nos leen un libro. Eso también lo hago yo. Y luego quieren que les respetemos por el simple hecho de que son profesores. El respeto hay que ganárselo. Mira cómo con la de lengua no tengo ningún problema. Nos trata como a personas y se curra las clases.
-Es que los profesores se refugian en la jefatura todo el rato. Por qué no lo resuelven ellos. ¿Qué me van a hacer? ¿Expulsarme? Vale -arranca Andrés (pelo rubio, vaqueros, zapatillas, sudadera gris, mochila al hombro, anillos de oro...), otro de los piezas del instituto, con 15 años y que viene de hacer un examen.
-Yo no tardo mucho. Pongo el nombre y entrego -dice con una media sonrisa-. Total, es una tontería estudiar los dos primeros trimestres. Si suspendes el segundo, tienes que examinarte también del primero. Así que yo sólo estudio para el tercero, que es el que cuenta. En vez de hacer tres exámenes de 10 preguntas, hago uno con 10, pero variadas -explica.
Entre los dos suman cerca de 40 expulsiones y varias citaciones judiciales por problemas fuera del centro. La media de Andrés, aunque puede acumular tantas faltas como Mike, es mucho más baja. De hecho, ha repetido un curso ("soy un vago"), primero de la ESO.
-A mí me colgaron el sambenito de malo por mi hermano, que estuvo en este mismo instituto antes que yo. Nada más llegar ya estaba señalado por los profesores -dice mientras cuenta que el otro día se encaró con la de inglés porque le dijo que tenía que hacer lo que ella dijera porque era la profesora.
-Tú no mandas a nadie. Te meto un capón que te hundo -recuerda que le respondió-. Hay profesores que sólo por serlo se creen más que tú.
Mike y Andrés forman parte de esa oscura franja de entre el 1,5% y el 4,5% de alumnos que las estadísticas recogen como conflictivos y maltratadores en sus diversas versiones (según los informes sólo hay un 0,4% de acosadores). Son esos a los que, según los estudios, cerca del 50% de padres, alumnos y profesores culpan de ser los causantes de la conflictividad en los centros educativos.
En las últimas semanas se ha hablado mucho de violencia escolar. Desde los incidentes ocurridos por la agresión de unos padres a un profesor en Barcelona, a los registrados en Elche (Alicante) y en Lepe (Huelva) entre alumnos y profesores, pasando por los diversos casos de agresiones entre estudiantes y de bullying... La alarma se ha extendido y desde los medios de comunicación se ha contribuido a generar una preocupación por lo que ocurre en los institutos. Los tribunales superiores de Justicia de Cataluña, Valencia y Andalucía ya estudian y reciben solicitudes para que las agresiones verbales o físicas contra los profesores sean consideradas "atentado contra un funcionario público". La petición de intervención judicial crece. Pero, ¿es ésa la solución? ¿Desde la institución educativa no se puede hacer nada con chicos como Mike y Andrés más que ponerlos ante el juez o expulsarlos?
"Si los escolares no perciben que lo que ellos llaman gamberradas continuas con un compañero constituye un delito de libro, mal vamos. Porque estamos ante casos similares a la violencia de género, que ha requerido la intervención penal. Y se confunde el Derecho Penal de Menores con la "mano dura", cuando en realidad la legislación ofrece un abanico de soluciones que permite adaptarse a cada caso como un guante", explica Manuel Dolz, fiscal adjunto de la Fiscalía delegada de Menores.
-Yo tengo una causa pendiente en el juzgado aún. Ya tuve que ir otra vez. Fue por pegar a una tía en una salida con la clase. Si no llega a ser porque ella me puso el ojo morado, me cae la de Dios -dice Mike con un falso orgullo.
-A mí me llegó un aviso de citación, pero no me ha vuelto a llegar -apunta Andrés.
Ambos se saben conflictivos. Reconocen que es una manera de defenderse para hacerse respetar. Se aburren en clase e insultan y se ríen de unos, molestan y retan al profesor... Su refugio más pasivo es el MP3 ("me pongo los cascos y desconecto"). Y ni siquiera responden al mismo perfil. Sus mundos son distintos. Mike se va a casa de los padres de su novia las tardes de los fines de semana. No bebe y dice que ahora ya no fuma porros.
-Durante una época me junté con grupos de chicos mayores y probé. Pero paso de ese rollo, es una mierda. Sólo fumo tabaco.
Andrés, en cambio, vive más la calle, porque su familia le tiene menos controlado. Su madre trabaja, su hermano mayor no le habla ("no sé por qué") y su padre...
-Sí, él me dice que estudie, cuando me ve. Mike aprueba con nota y Andrés pasa de estudiar, aunque...
-Bueno, si pudiera elegir qué ser, diría que médico, pero no quiero estudiar tanto -dice. Así que quiere terminar la ESO y sacarse un módulo de soldador (como su padre); tener dinero, comprarse una moto y viajar.
Mike, en cambio, tiene claro que será ingeniero informático.
-Se me da muy bien. Lo arreglo todo. Maqueté la revista del instituto.
¿Qué se puede hacer con ellos para que consigan sus objetivos sin provocar problemas a los demás y a sí mismos?
La respuesta no es un misterio, al menos no totalmente. Parte radica en los innumerables estudios sobre violencia escolar que se vienen realizando desde los años setenta y que en España han proliferado últimamente por encargo de las comunidades, del Defensor del Menor (2005), del Defensor del Pueblo (2000 y 2006)... Pero aún falta aplicar sus resultados.
"La solución no puede entenderse como la ausencia del conflicto. El conflicto es un elemento esencial de la vida, una oportunidad de aprendizaje. Hay que resolverlos de manera que hagan crecer a los individuos y a la institución", dice Elena Martín, catedrática de Psicología Evolutiva de la Universidad Autónoma de Madrid y autora de varios estudios. "Los programas que implican a los alumnos en la convivencia resultan muy útiles, ya que son los iguales quienes antes detectan las agresiones. La participación en la elaboración de las normas, la adecuada atención a la diversidad, los planes de acogida y tutoría y el funcionamiento de comisiones de convivencia son factores relevantes en la prevención del maltrato", agrega.
-Yo estoy en una de las comisiones de convivencia de mi curso -dice Andrés-. Mola, por lo menos se hablan las cosas.
Sólo el 6% de los directores de los IES dice contar con programas de convivencia en sus centros, pese a que el 90,7% de los profesores cree que todos deberían tenerlos. El 60% de ellos asegura que, cuando las hay, son puros órganos sancionadores. Y el 72% cree que la Administración educativa no se preocupa por los problemas de convivencia en los centros.
"El modelo punitivo en exclusiva está fracasando. No funciona con los chicos que no cumplen habitualmente las normas No favorece un desarrollo moral: sólo se reprimen. En un caso de acoso, no puedes trabajar de entrada la relación entre acosador y víctima, pero sabes que, aunque expulses al agresor, volverá. Por tanto, hay que castigar, pero no sólo. Y son cuestiones que no se deben abordar sólo desde el profesorado, sino que requieren la colaboración de los alumnos", dice Juan de Vicente, que dirige un premiado programa de convivencia en el IES Miguel Catalán, de Coslada (Madrid): cinco alumnos ayudantes por curso, elegidos por sus compañeros, se encargan de observar cualquier situación de maltrato y estudiarla con los orientadores. Con mediaciones, mediante acompañamientos de alumnos a otros compañeros, mediante estrategias de integración... Y funciona. "Lo mejor de esta fórmula es que te permite detectar cualquier caso de maltrato, del tipo que sea, casi de inmediato. Algo fundamental para atajar estas cuestiones", explica de Vicente.
Según los estudios, la mayoría de los estudiantes (el 90%) dice estar bien en su centro, y sólo la mitad de los estudiantes siente que se valoran sus opiniones ("una vez que te han etiquetado, lo que tú opines no les importa", dice Mike). Por otra parte, el 22% reconoce que le han pegado alguna vez, y el 30%, que lo ha hecho. Y ante una situación de acoso a un compañero, más de la mitad cree que habría que decírselo a un profesor, pero sólo el 10,8% lo haría. Y casi la mitad cree que los profesores no se enteran de esos casos.
Son datos de los estudios citados. Y delatan que la conflictividad no sólo no está controlada, sino que hay una gran falta de comunicación entre las partes.
-Yo creo que si hablaran con nosotros de verdad, no habría problemas -dice Andrés.
-En el fondo yo tengo muy buen corazón -añade Mike.
Uno, con el objetivo claro, pero perdido en el camino. Y otro, en el camino, y con el objetivo confuso. ¿Qué será de ellos?