- El homófobo imaginario
- Huelva Información, 2006-10-31 # José Aguilar
Una vez tuve mis más y mis menos con un negro –lo siento, era un hombre de color, sí, pero de color negro– que casi me atropella circulando en bicicleta sobre la acera. Le afeé su conducta. Naturalmente, la riña no era porque fuese negro, sino porque el hombre infringía cierta norma vigente en nuestra sociedad según la cual las aceras son para los peatones. Menos mal que no se enteró ningún ayatolá de lo correcto. Ya me veía con el capirote del Ku Kux Klan.
Ahora le ha pasado a un tabernero de Sevilla, que una mañana expulsó de su bar a dos personas por conducta digamos inapropiada. Como los dos clientes eran homosexuales, algunas fuerzas inquietas de la ciudad –más inquietas que fuerzas, la verdad– le han montado un pollo al tarbenero, acusándole de homófobo, intolerante y unas cuantas perversiones más.
Pero –y ahora habla el juez que ha llevado el juicio rápido– no hubo nada de eso. Como el negro ciclista de mi caso, el tabernero no se encaró con los dos parroquianos por ser homosexuales, sino por una cosa que antiguamente llamábamos procacidad (y ahora, que se estaban metiendo mano). De modo que no lesionó derecho alguno al amor entre homosexuales, sino que más bien protegió el derecho de los otros parroquianos a no ser testigos de actos que en privado son completamente legítimos, saludables para sus protagonistas y gozosos en grado sumo, pero en público molestan a otros. Igual que pasaría si los que se excitan mutuamente en un bar fueran heterosexuales, onanistas, seguidores del Real Betis Balompie o adictos a la secta Moon.
Aunque el juez le absolvió del cargo, al tabernero le organizaron una llamada besada los partidarios de la pareja falsamente agredida. Se besaron seis. Uno por cada cien mil habitantes de la ciudad. Movilización infundada.
Lo firma en Sevilla, a 29 de octubre de 2006, un antiguo, y renovado, defensor de negros, homosexuales, mujeres, rojos y otros discriminados.
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