2006/08/18

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  • ¿El crucifijo a debate?
  • Estrella Digital, 2006-08-18 # Fernando González Urbaneja
El cardenal de Toledo, Antonio Cañizares, ocupa el primer plano de la actualidad política, convertido en estrella ascendente por influencia política. Sus comentarios sobre cualquier materia merecen atención inmediata para ocupar creciente primer plano en los medios. De hecho ha desplazado al cardenal Rouco como referente del catolicismo oficial y portavoz oficioso del Vaticano, por su vieja relación con el actual Papa. Sus partidarios advierten que es uno de los cardenales influyentes en Roma adonde puede ser llamado en cualquier momento.

Monseñor Cañizares ha asumido ese liderazgo sin titubear y sin rehusar ninguna oportunidad para dejar claras sus posiciones. Algunos ven en él, adaptado a los tiempos, un nuevo cardenal Segura de juicio terminante y posición decidida. Uno de los ejes del discurso político-religioso del cardenal Cañizares es la íntima vinculación entre el catolicismo y el concepto de España. No es una tesis novedosa, ha acompañado el debate político español durante siglos, en algunos momentos en trágicas circunstancias.

Esta misma semana el cardenal ha reivindicado en uno de sus sermones de estos días el papel del crucifijo en los espacios públicos. Nada se debe objetar al crucifijo como símbolo esencial del cristianismo. Pero la pretensión del cardenal, coherente con sus ideas, va muy lejos al reivindicar espacio público a un símbolo religioso.

La Constitución establece que España no es un país confesional, no dice que sea un país laico (esa pretensión no estaba en el espíritu del consenso constitucional) pero tampoco mantiene la asfixiante confesionalidad anterior. También alude a la consideración que merece la religión católica por su preponderancia en la sociedad española. Ni más, ni menos. Y todos los gobiernos, socialistas y populares, incluido el de Zapatero (aunque a algunos no les interese reconocerlo) han sido extraordinariamente respetuosos con la Iglesia. Tanto que quizá sea el momento de replantear esas relaciones, incluido un Concordato que una etapa que no se corresponde con la actual.

En materia religiosa es imprescindible la prudencia, el respeto y la tolerancia, en ambos sentidos, desde el Estado hacia la Iglesia y desde ésta hacia el Estado. Pero no van por ese carril las relaciones, el pulso político entre Gobierno y obispos es creciente y amenaza con convertirse en uno de los ejes de la confrontación partidista. La visita del Papa a Valencia no abonó esa tendencia, todo lo contrario, pero aquel efecto ya pasó.

Los comentarios tras la participación del alcalde Gallardón en una boda homosexual y la pretensión acerca del crucifijo de Cañizares advierten que el choque de trenes está servido y que el debate político religioso ocupará buena parte de la agenda del próximo curso con elecciones al fondo.

El sector duro de la jerarquía va a subir el órdago que tiene lanzado a este gobierno desde que empezó a gobernar sin someterse a sus pretensiones. Y aunque dicen que dos no discuten si uno no quiere, en este caso la discusión, muy subida de tono, está servida.

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