- La monja alferez
- El Mundo, 2006-08-18(?) # Luis Antonio de Villena
Catalina (que concluyó llamándose Antonio y vistiendo de hombre con permiso del Papa) debió ser una mujer tremenda. Acaso su libido lésbica no consumada se le escapó en agresividad y ganas de pendencia. Lo ideal para un soldado de la época (¿cómo es que no habrá pensado en ella el autor de El capitán Alatriste?).
El caso es que Catalina huyó a los 15 años del convento de San Sebastián donde su padre la metió a monja al cuidado de la superiora, tía suya, y se largó a América vestida de hombre, peleando y bravuconeando desde Chile o Perú hasta México, entonces territorios de nuestra Corona.
Prometió matrimonio (no lo pudo cumplir) a dos mujeres, en Tucumán, y en la batalla de Valdivia luchó con tanto ardor y arrojo que se ganó el grado de alférez. Cuando volvió momentáneamente a España (pesarosa de haber matado por azar a su propio hermano) comprobaron que seguía siendo virgen y que ya era un mito. Escribió unas memorias que se han perdido, pero que aún llegaron a manos de un erudito francés de principios del XIX, Alexis de Valon, fuente de Thomas de Quincey. Dicen que Catalina se arrepintió de su vida violenta y airada, pero no se quedó acá, murió en un pueblito mexicano.
Amigo de los románticos lakistas (Wordsworth y Coleridge, sobre todo), De Quincey fue un escritor profesional, que malvivió de la literatura, escribió mucho para revistas y periódicos, siendo ante todo un inmenso erudito -por eso sus libros están llenos de cultas y amenas digresiones- y un drogodependiente, que lamentó sin arrepentirse.
Su libro sobre Catalina de Erauso, La monja alférez (1854), que acaba de editar Pre-textos en la clásica traducción del peruano Luis Loayza, es un texto muy singular, contado como al desgaire, con mucha complicidad hacia el lector, y una versión romántica del mito de la monja-soldado, bella, inteligente, valiente y vigorosa. De Quincey (que escribió también El asesinato considerado como una de las bellas artes) toma partido por la monja travesti y compone una deliciosa biografía comentada.
Pero ahora que los transexuales van a entrar en el círculo de la ley (¿y por qué iban a ser menos que los demás?) nos asalta una razonable duda. La real Catalina de Erauso ¿era una mujer disfrazada de hombre, pero con sentimientos de mujer? ¿Una genuina lesbiana, de lado guerrero? ¿O fue un hombre en cuerpo de mujer? Todo parece indicar que lo último sería la exacta respuesta. Si viviese hoy, mi amiga Carla Antonelli la acompañaría al juzgado para que, por fin, Catalina fuera Antonio. Si perdemos mito ganamos persona.
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