2006/08/18

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  • Los sacrilegios de la dominatrix: Marimandonna
  • La Razón, 2006-08-18 # Lluis Fernández

En una vieja postal porno-kitsch de 1900, que idolatran los sadocas pop, se ve a una mujer desnuda crucificada. Madonna la ha adaptado a un estilo más cool para su «Confessions World Tour», porque cantar «Talk to tell» desnuda habría sido excesivo incluso para una estrella que vive del escándalo religioso. Así que se ha calado la corona de espinas de Carod-Rovira y le ha encargado a Svarovsky una lujosa cruz de estrás y se ha crucificado por todo lo alto en Roma. Madonna es el tipo de dominatrix petarda que mimetiza la estética sadomasoquista gay de Mapplethorpe, piratea el travestismo exagerado de las drag-queens, lo mezcla con la imaginería blasfema de Andrés Serrano y le sale un potaje garbancero de lo más posmoderno. Nada en la reina del pop fue nunca original, ni siquiera las continuas gansadas para provocar a los católicos con sus excesos. Es un tópico de la modernidad que la Iglesia católica es la culpable de la represión sexual y del malestar en la cultura.

Recientemente se convirtió a la secta pseudomística de la «Cábala Pop», una variante New Age para millonarios aburridos de sí mismos, pero la recurrencia en la blasfemia sigue siendo lo único que le proporciona un buen escándalo internacional. Ninguna otra religión tiene el mismo tirón popular. Su pasión por la trivialización del cristianismo comenzó con la elección de su nombre artístico. Todo en ella ha sido una provocación de andar por casa: los tutús punkis. El lesbianismo. Las cruces ardiendo. La blasfemia de seducir a un cristo negro en el vídeo «Like a prayer». Un rollito con Buda y un «ménage à trois» con Confucio y Gandhi no le habrían abierto las puertas de Bollywood. Y el islamismo, mejor olvidarlo. Fumigarla es lo mínimo que le harían los ayatolás si osara hacer un estriptís con un burka a ritmo del «Hava naguila».

A imitación de los artistas contemporáneos, la reina del lado oscuro de la escena recurre habitualmente al carisma iconográfico católico, incluida la burla a la figura del Papa, cuando se ve en apuros. Son siempre los mismos gastados recursos. Idénticas parodias con pretensiones transgresoras como el «Piss Christ» de Andrés Serrano. Sin tanta filosofía escatológica pero con más ironía, la escultura la «Nona ora» de Maurizio Cattelan, en la que la figura de Juan Pablo II yace en el suelo abatido por un aerolito, es digna, al menos, de un chiste surrealista buñueliano. En realidad, el caudal iconográfico católico se ha convertido en un lugar común del arte y la estética pop contemporáneos. Es tan impresionante el legado histórico católico, el espesor cultural acumulado y tanta la ignorancia sobre sus dogmas, sacramentos y liturgia, que avergüenza la poca imaginación de los artistas para banalizar, incluso, este ingente legado cultural. Lo normal es que igual sirva para que «perejil» (Pierre et Gilles) renueven la mística liberacionista gay confundiendo la estética sadomaso con la iconografía ingenua del santoral kitsch, como para la obscena escatología de Gilbert and George. Todos ellos tan ingenuos en sus provocaciones como Sor Citroën. A estas alturas, resulta mil veces más atrevido oír a Soeur Sourrire cantar «Dominique, nique nique» o al Padre Alejandro «El twist del marciano», la matriz de «Horror en el hipermercado» de los Pegamoides, que la recurrencia de Marimandonna al sacrilegio kitsch con regusto a martirologio de la señorita Pepis.

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