1978/01/20

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  • "La homosexualidad puede ser vivida digna y cristianamente"
  • Entrevista con Antonio Roig, carmelita que se confiesa homosexual
  • El País, 1978-01-20 # Alfonso García Pérez
«La homosexualidad es una alternativa digna de existencia, susceptible de ser vivida en consonancia con el Evangelio», según afirma Antonio Roig, carmelita que se declara homosexual, autor de un best-seller finalista en el premio Planeta, Todos los parques no son un paraíso, que ayer fue presentado en Madrid. Su autor, en entrevista con EL PAÍS, criticó a las instituciones sociales y religiosas que condenan a la homosexualidad al ghetto de los lavabos, parques y clubs, fomentando en millones de seres humanos una profunda escisión entre su parte erótica y sexual y su dimensión social y afectiva cotidiana.

«Una persona heterosexual no puede darse cuenta de la angustia que supone existir con esa modalidad de la sexualidad que es la homosexualidad. Cosas que son obvias para un heterosexual: ir de la mano con una chica, darse un beso, decirse un piropo, bailar. Todo eso le está prohibido al homosexual; todo ello es vivido como ridículo». Así se expresa Antonio Roig, al referirse a los sentimientos que percibe una persona a la que el funcionamiento social le impide manifestar espontánea y sanamente su sentir.Antonio Roig, carmelita que confiesa sus sentimientos homosexuales, describe el comienzo de su liberación como una lucha contra las instituciones en lo que tienen de totalitario: la familia, la Iglesia. «No es que yo quiera hacerlas saltar -dice-, pero me opongo a esas instituciones. Yo critico a la familia aunque la adoro en el fondo. Cuando en casa tuvieron que afrontar la posibilidad de que optase por un camino de secularización, siempre hicieron como algo superior a sus fuerzas "el que yo pudiera casarme". Mi hermana me advertía que, según qué noticia, no se la diese, que en casa querían recordarme como el que siempre he sido.»

La crítica a las instituciones no se centra en la familia. «La represión de la sexualidad es la forma mejor con la que las instituciones poderosas, ambiciosas de poder, intentan controlar a los individuos. Muchas familias dicen a sus hijos: "Niño, no te cases, que dejas sola a tu madre", o "¿De dónde vienes a estas horas?", "¿Con quién andas?". Incluso muchas madres, en el fondo, ven con más confianza, seguridad y halago las relaciones homosexuales que las heterosexuales. En el fondo se trata de reprimir la sexualidad. De hecho, la Iglesia mira con desconfianza la misma sexualidad. Le da una acogida calurosa sólo en función de la procreación. Me temo que en el trasfondo de esto subsista una actitud maniquea.»

Ante la posibilidad de que, sin embargo, la misma Iglesia que reprime la homosexualidad de algún modo contribuya a fomentarla, se da la circunstancia de que existe una profunda relación mística-erotismo. Antonio Roig cuenta: «Cuando yo era novicio, me mostraron imágenes de una religiosa con llagas. Yo vi en aquello, en las imágenes de las figuras que la contemplaban, que se agarraban a su ropa, una actitud muy erótica que me repugnó por lo que había de mentira en todo aquello. El erotismo es maravilloso y la experiencia religiosa también. El individuo debe ser consciente de lo que siente, debe librarse de las trampas de su inconsciente, de los engaños que se hace a sí mismo. »

Precisamente, en esa misma historia, Antonio Roig narra la recuperación del valor de su erotismo. La transición de la homosexualidad de los urinarios, parques y cines de barrio a la autoaceptación de la sexualidad como forma de amor, como valor en sí: «Yo me encontré en Londres -cuenta-, desolado. Tuve que descender a eso que los moralistas llaman el último nivel de la cloaca. Buscaba, en realidad, una relación humana que encerrara ternura, afectividad... y tuve que reducir mis aspiraciones, conformándome con lo que había. En los lavabos uno tiene que conformarse con un intercambio de miradas que deja muy frustrado. Se enciende el deseo sin posibilidad de realización, o en una realización bajo el miedo. Después vinieron los parques. La policía me cogió allí masturbándome con otro. Hasta se movilizó la Interpol, informando a mis superiores..., "por una cosa así". Después, en un pub de Londres, conocí a Ronald, un hombre viudo de 59 años, con dos hijos. Tuvimos una relación plena, afectiva, que fue duradera...
Hasta los cinco meses en que lo dejamos porque él no quería comprometer sus relaciones familiares, profesionales ...»

Esa evolución de Antonio Roig le llevó a la dignificación de su sentir homosexual, cosa que, según él, ha sido mal entendida por los medios de opinión. «Se me ha atribuido, concretamente en la revista Interviú, a la que agradezco, por otra parte, la difusión dada a mis opiniones, el haber recogido las opiniones que consideran a los homosexuales como carentes de sentido moral, personas que se acuestan sin conocerse, sin pudor alguno, incapaces de amar, egoístas... Eso es lo que la gente piensa de ellos. Lo que yo opino es todo lo contrario. Creo que los homosexuales pueden vivir su sexualidad de un modo tan digno y cristiano como los heterosexuales... salir de esa oscuridad. Lo milagroso es que no estén todos en tratamiento psiquiátrico, en una sociedad que les aísla.»

Otra cosa que no se ha entendido de su pensamiento, según la opinión del autor de Todos los parques no son un paraíso, es su dimensión rotundamente religiosa: «La última dimensión de mi libro es religiosa. El que no llega a eso será por los motivos que sean -prejuicios, consideración de que la religibn aliena, etcétera-, pero es su más profunda dimensión. Las vivencias religiosas me liberan para que sea, capaz de afrontar mi destino y mi vida. He querido testimoniar el sufrimiento de una gente marginada que no ha encontrado una palabra de esperanza por parte de la misma Iglesia, cuya última aspiración debe ser crear esperanza, no apagar la llama que aún humea, como dice Jesús, reconciliar a los hombres. Y en esa alternativa, sin embargo, la Iglesia enfrentó a los homosexuales con el resto de los hombres, y lo más grave, enfrentó al homosexual consigo mismo, en cuanto que divide trágicamente su carne y su espíritu.»