1996/03/24

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  • ¿Qué tenemos aquí contra Visconti?
  • El Mundo, 1996-03-24 # Luis Antonio de Villena

Hace sólo ocho días se cumplió el vigésimo aniversario de la muerte de Luchino Visconti (1906-1976), un director de cine intelectual y esteta, que marcó una senda, un universo y un modo de hacer. Italia -es lógico- se llena de conmemoraciones y retrospectivas; en España (donde el milanés fue celebradísimo, cantadísimo, sobre todo en los años 70) el aniversario ha pasado más que discreto, apenas unas menciones umbrías y púdicas, y silencio. ¿Qué ha ocurrido, qué ha pasado aquí con Visconti?

Sería fácil -y cierto- hablar del manoseo final. Películas que en su día parecieron rupturales y hermosas -y lo eran, algunas lo siguen siendo- usadas y abusadas por los cursis, por los amanerados ajenos al gusto o por los falsos cultos -y no digamos los falsos estetas o los revolucionarios falsos- hicieron que una pieza tan perfecta como Muerte en Venecia (1971), relectura particular de la novelita impresionante de Mann, no pueda volver a verse todavía, con el deslumbramiento convulso de entonces. Ludwig -que sigue siendo una de las obras maestras del director- se resiente de la no conclusión del montaje (Visconti tuvo un derrame cerebral cuando acababa su rodaje en 1972), y La caída de los dioses (1969) quizá haya envejecido mal, porque buscó -como Teorema de Pasolini, por ejemplo- «provocar» (sanísimo entonces y hoy, pero de otro modo) y ahora que ya sentimos la pesadez de las «drag-queens», ver a Helmut Berger, travestido de Marlene, nos deja indiferentes.

Para otros, Visconti -decadente voluntario, cantor de la belleza del derrumbe y de la transgresión a partir de la Belleza- visitó el pasado con demasiada frecuencia. Pero a éstos, curiosamente, no les gusta la obra testamentaria del cineasta, Retrato de familia en interior (1974, aquí Confidencias) que quería hablar del presente, a través de la vista cansada de un viejo profesor -tipo Mario Praz- elegante, sublime, revolucionario y ambiguo, interpretado soberbiamente por Burt Lancaster. En cuanto al Visconti antiguo, inicial (de La terra trema a Rocco y sus hermanos) es ya decididamente Historia del Cine, pese -digamos- a la sorprendente originalidad de la primera y a la fuerza de la segunda, magnífico alegato social, con un Alain Delon (astro favorito entonces del maestro, amado ideal o no tanto) que podría haber desbancado a Brad Pitt.

Quizás en estos días un «thriller» norteamericano de asesinos como Pulp Fiction (Tarantino, 1994) o una película tan fácil -e inteligente- como Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991) puedan parecernos más «transgresoras» que los antiguos Visconti. Por supuesto, todo les distancia, pero no estoy nada seguro de la prioridad rompedora de los productos yanquis, aunque sean atinados, como los que cito. Creo que -bajo las galas del Arte- Luchino -revolucionario desencantado, marxista teñido de aristocracia anarquista- sigue estando, con menos violencia, más lejos... Quizá el Visconti más perfecto hoy sea El Gatopardo (1963) una película magnífica sobre una magnífica novela, lo que deshace el tópico de a buenas películas malas novelas y a la inversa. Mesurada, clásica, perfecta, El Gatopardo es mensaje, estilo y gran historia (cinematográfica y de la otra). Basta, en fin, este somero repaso -Visconti defendió la justicia, el arte, la belleza, un mundo sin clases, la libertad sexual, y lo hizo en un cine, en general de calidad extraordinaria- para saber que estamos, seguimos estando, ante un alto maestro. Quizá pasando entre nosotros el obligado «purgatorio» de tantos grandes. O llanamente, turbando demasiado en una España mucho más retrógrada, en casi todos los aspectos, que la de 1976 o 1978, por ejemplo.