1976/08/28

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  • "Barcelona la nit"
  • El País, 1976-08-28 # Moncho Alpuente

El Paralelo ya no es lo que era, dicen los noctámbulos barceloneses; pese a todo, siguen brillando las luces del Molino y anunciando en sus carteles la presencia mágica de Frank Joham; la verdad es que ya no está para muchos trotes el pobre, y sus apariciones sobre escenario, son momentos para la nostalgia y el homenaje. En el Victoria anuncian desenfadados vodeviles, Sexomanía, con el habitual plantel de bellas señoritas; los curiosos se apiñan sobre las fotos a todo color que se exhiben en las carteleras, comprobando a qué extremos ha llegado la apertura en estas materias. El Apolo ofrece su bodega flamenca y su espectáculo de revista; miles de bocadillos se engullen rápidamente en la barra, minutos antes de que den comienzo los espectáculos, y resulta recomendable dejarse caer por las atracciones Apolo en un vestíbulo continuo; la casa encantada o el tren que desciende a las entrañas de la tierra, son verdaderas obras maestras de metal y cartón piedra, producto de imaginativos y anónimos artistas. El personal, sin embargo, se decide por lo práctico y se apelotona junto a una rudimentaria máquina tragaperras donde, por un miserable duro y con una cierta habilidad, pueden provocarse premios de hasta cien o doscientas pesetas.El Paralelo sigue manteniendo su vitalidad. En pequeños antros de aspecto montmartriano fulguran los nombres exóticos de beldades que vinieron de allende los mares a practicar el noble arte del strip-tease, cuya traducción más castiza sería despelote. Abundan las Lizettes, Ingrids, Olgas y Fátimas, misses y madarnes; las españolas prefieren denominaciones florales: hay Dalias, Gardenias y Petunias. Los alicientes eróticos ofrecen innumerables alternativas; puede usted elegir un strip a la francesa, audaz lencería inevitablemente negra, mallas y liguero, con el complemento de una larga boquilla y una canción de la Piaf, con Mireille Mathieu sería aborrecible. Quizás prefiera una cosa más moderna, un strip anglosajón, con música de discoteca o telefilme de serie, con venus de ébano o inglesita de aire escolar y corta melena rubia. La alternativa exótica puede venir con una Salomé cubierta de tules y brillante en el ombligo.


El Molino

El santuario sigue siendo El Molino, aunque Joham haya quedado como recuerdo de nostálgicos: su presencia y su forma de ser han impregnado la estética del mejor de todos los music-hall del mundo. Hace mucho tiempo que desapareció de allí también la prodigiosa Olga Vidalia, cuyos malabarismos anatómicos la hubieran hecho merecedora de una medalla de oro en gimnasia erótica, disciplina que, si no tiene todavía rango olímpico, es por una desgraciada omisión del puritanísimo COI. Escamillo permanece, también, alejado del escenario por el que, durante mucho tiempo, paseo sus mejores capas. y tampoco está Gardenia Pulido, espectacular vedette sexi, de refrescante labia. Entre las ausencias se hace notar la del acordeón de Mari-Merche, que pisara las tablas con dignidad de profesora del conservatorio. Sin embargo. los herederos han asimilado la tradición y siguen luchando con los nefandos libretos de siempre, a base de una espontaneidad que produce la eficaz colaboración de un público en el que florecen, desde hace años, las barbas y cabelleras de los progres. Ivette René, francesa auténtica que hiciera maravillas en algunas boites madrileñas de los años sesenta, para no traspasar los límites de lo permitido al quitarse el salto de cama, es, desde hace algunos años, la primerísima vedette del Molino y, por lo tanto, aquella a la que se le permiten las mayores audacias anatómicas, generalmente acompañadas de adecuadísimos y gangosos oh lala o sexy, de París. El primer actor Piper y la vedette cómica Lita Claver, más conocida por La Maña, resultan ser las máximas atracciones. Tanto Piper como La Maña poseen un desparpajo digno de admiración y una capacidad fuera de serie para improvisar sabrosos apartes con el público, que podrían inscribirse en la mejor de las tradiciones brechtianas. Dignas de admiración son, también, las perfomances del bailarín y coreógrafo Negrito Poli, cuya mímica facial produce torrentes de carcajadas, y la españolísima gracia de Merche Bristol, experta en adoptar actitudes de recatada alumna de las ursulinas mientras se despoja de sus vestiduras.


El Molino sigue, con el paso del tiempo, una auténtica escuela del music-hall, una escuela por la que convendría que pasaran desde los más cirscunspectos teóricos teatrales hasta nuestras más exuberantes aprendices de starlettes.


La moda del travesti
El travestismo se viene practicando en los cabarets barceloneses desde hace muchos años. pero los medios de comunicación, en función de las últimas aperturas, parecen haberlo descubierto ahora, y los locales más tradicionales de este género rebosan de espectadores de nuevo cuño. El cabaret rey de este género de espectáculos es, sin lugar dudas, Barcelona de noche, donde, bajo la batuta de Madame Arthur, pasaron varías generaciones de practicantes de tan difícil arte. En el travestismo podríamos hablar de dos escuelas perfectamente diferenciadas. En la primera de ellas, la característica esencial es la total apariencia femenina que provoca el equívoco, la ambigüedad culpable que llena de dudas a las buenas conciencias, que se ven amenazadas por el fantasma de una posible transgresión de sus normas de conducta sexual. Bibi Andersen (no cometan la vulgaridad de llamarle Manolo) representa sobre la pista del Starlette's la máxima cumbre de esta escuela y además, para mayor escándalo y sufrimiento de las «personas decentes», no piensa operarse y cambiar de sexo por el momento. Maestro indiscutible de la segunda escuela es el actor argentino Pavlovsky, que actúa en el Barcelona de Noche; en este caso la apariencia física es lo de menos, ya que lo que se pone en juego son cualidades de actor y excepcionales facultades para la imitación. En esta segunda escuela suele abusarse en los cabarets españoles del travesti bufo, que ensarta chistes y equívocos de doble sentido en la peor tradición del chiste de maricas, indudablemente machista, que hace las delicias de un público que, tras la provocación, necesita afirmarse en su incontaminable virilidad.


Otras alternativas

Sí es usted amante de la revista tradicional, género que no suele prodigarse en Barcelona, le recomendamos el Apolo, teatro en el que don Matías Colsada, el de las chicas alegres que trajo Colsada para quitarles el malhumor, ha introducido los modos habituales de la revista de argumento, contando con la esencial colaboración de los primeros actores Luis Cuenca y Pedro Peña, acompañados por la escultural Tania Doris, una vedette valenciana que porta, con singular gracia, los más airosos y sofisticados plumeros, pero que sigue teniendo sus reparos ante el inevitable destape, que realiza con considerable timidez. En el Apolo se han incorporado fastuosos inventos tecnológicos, escaleras abatibles y cascadas naturales que aparecen en el escenario, pero esta incorporación se ha realizado sin romper la estética kitsch de la revista tradicional. Las escaleras portan enormes cantidades de bombillas de feria y la gran cascada final es un prodigio de reconfortante mal gusto. del actual espectáculo del Apolo habría que destacar la presencia de Luis Cuenca, cuyo físico, casi inverosímil, en combinación con sus cualidades histriónicas, forman un cóctel de éxito asegurado. El ballet se encuentra entre los más airosos y conjuntados de este género de espectáculos, y ciertas situaciones de los libretos, considerablemente tópicos, ofrecen ciertas posibilidades. En el capítulo negativo hay que resaltar el abuso del play-back y la existencia de numerosas butacas en la sala desde las que resulta milagroso visualizar el escenario, habiéndose de entregar los usuarios a toda clase de complicadas contorsiones, con escasas posibilidades de éxito.

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