1995/04/29

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  • Crítica: Teatro Picospardo's
  • Los maricas
  • El País, 1995-04-29 # Eduardo Haro Tecglen
Madrugada de hospital: van llegando mujeres y mujeres, avisadas porque sus hombres están heridos. Misteriosamente. Se desvela luego que es en el accidente de "un local": se ha desplomado el techo, y ellos estaban allí. Nadie les informa más que de los nombres: no del estado. No hay policías, la enfermera es tonta, otras no hablan, para nada, no hay médicos; no hay periodistas, y más vale, porque, cuando al fin llegan, son idiotas y analfabetos: creencia muy extendida y que alguna, pero muy rara vez, concuerda con la realidad (tal vez yo mismo). Por fin se sabe algo por una periodista idiota y mala: el local explosionado y desplomado es sólo de homosexuales. Inmediatamente, esposas, madres y allegadas por cualquier otra relación se preocupan sólo de una cosa: del escándalo, de la vergüenza, de tapar el caso. Incluso hay alguna que le prefiere muerto a maricón, palabra en la que se insiste. Tengo poca fe en la generosidad y en la bondad de la mujer (un poquito más que en la del hombre), pero esta falsedad es una de las muchas que se van planteando en la comedia.

De costumbres: procedentes de distintas clases sociales, representan un repudio al homosexual, una mezcla del sida con esa preferencia sexual. No sólo amantes, madres y esposas, sino ayudantes de clínica, enfermeras, periodistas, comparten el desprecio y el odio. Excepto un personaje: la asistente social, que marca la tesis de la comedia al final, rechazando que toda la tragedia quede en una noticia sobre "maricones". Para llegar a eso, antes la hemos visto en una escena equívoca donde podría aparecer con tendencias lesbianas: podría ser sólo una broma, pero conjuntada con su traje sastre deja pensar que puede haber algo más.

Aunque casi todo "deja pensar qué", a mí no me cabe duda de cuál es la intención del autor: la de la crítica a ese grupo de sociedad, que parece que es mayoritario, sobre todo en la buena -la misma que llena el Español las noches de estreno, alcalde a la cabeza, y que se reía mucho-, pero sí me cabe de que teatralmente haya logrado el resultado propuesto. Es decir, queda demasiado cobarde. Y hurta o reduce la teatralidad de lo trágico: el ambiente de la madrugada de gran suceso en una clínica, la falta de dolor en los personajes, su caricaturización: es más cínica que cómica. Son defectos teatrales más que sociales. Como lo es la situación única: del principio al final, con una separación o descanso artificial, porque la acción continúa en el mismo punto en que quedó, no es más que la fuerza del diálogo, y no tiene demasiada. Para chiste, es demasiado cruel y duro, y mal llevado; para teatro, es poco; para tesis, queda ambigua. Por el autor y por la dirección. Que, en cambio, deja irregular la representación. Es un reparto, sólo de mujeres, grande: con nombres de primer orden. Y unas están bien, otras decididamente mal.

No es frecuente que se estrenen las obras del Premio Lope de, Vega en el Español. Antes fue obligatorio, y los directores se desesperaban porque creían que el jurado los daba por compromiso y no por calidad. O porque tienen su propio repertorio, sus preferencias, y no entra en ellos el estilo de los premiados. Por fin lograron que se suprimiera la cláusula del estreno obligatorio, con lo cual ese premio se quedó en poco, o nada.

Un silencio repetido
He sido jurado alguna vez, y no he tenido la suerte de que la obra votada fuese estrenada. Creo que alguien objetó que, siendo el personaje el cura Merino, magnicida fallido, podría molestar a la Casa de Borbón (estoy seguro de que no: pero ¡aunque fuese así!). El silencio se ha repetido muchas veces. Me alegra que se rompa, aunque sea esta vez, y desearía ver de nuevo inscrita la cláusula de estreno que valoraría al premio y ayudaría a los nuevos autores españoles. Piensa mal y acertarás: pero yo no creo acertar si lo atribuyo a la ambigüedad de la obra, a las risas que provocan los maricas y sus familias; a que quienes la han llevado al escenario política y técnicamente han caído en esa ambigüedad. Estoy seguro de que me equivoco, aunque los puntos en que reía y aplaudía la buena sociedad me hacen pensar en que el equívoco permanece.

Los aplausos y bravos fueron más especialmente a las actrices: y más, creo yo, por sus legendarias capacidades bien demostradas, hasta en las jóvenes, que por su trabajo aquí. No creo que la mayor y menor abundancia de este premio de la platea a unas y a otras esté en consonancia con sus méritos en esta comedia

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