- Yves Saint Laurent: el último mito vivo de la moda
- El alcohol, los barbitúricos y sus constantes hospitalizaciones no le han impedido crear un imperio y cumplir 40 años en el mundo de la moda
- En el colegio de Orán se mofaban de él a causa de su homosexualidad. Triunfar en la vida sería su venganza
- En 1972 su amigo de correrías Andy Warhol le inmortalizó en varios óleos. Cuando Yves se enteró de que también había pintado a su competidor Valentino, juró romperlos. Sin embargo, hoy siguen colgados en su despacho en París
- El servicio militar le provocó un colapso nervioso, que marcó su dependencia del alcohol y los barbitúricos
- El Mundo, La Revista, n. 118, 1998-01-18 # Ana Parrilla y Mar Cohnen
Año 1989. Yves Saint Laurent ingresa con delirium tremens en un hospital psiquiátrico. El pronóstico es grave. Oficialmente, su taller habla de una profunda depresión. El diario norteamericano The Wall Street Journal lo confirma: "El estado de salud del modisto es inquietante". Mientras, en el mundillo de la moda, corren las apuestas: sobredosis de alcohol, barbitúricos, cocaína, sida y hasta intento de suicidio. No era la primera vez que el modisto visitaba las páginas de sucesos. En los últimos tiempos, se había convertido en cliente habitual de centros médicos y clínicas de reposo. Días después, un Yves Saint Laurent avejentado, frágil, con la mirada perdida, posaba ante las cámaras para desmentir los rumores. Era la otra cara del sastrecillo valiente que, a los 21 años, saludaba triunfante desde el balcón del imperio de la moda, la casa Christian Dior. El Principito, el revolucionario de la alta costura de la mitad de siglo, el hombre que impuso los pantalones en el guardarropa femenino, se tambaleaba en su trono.
Comenzaba así el último y trágico tercer acto de Yves Saint Laurent, un escandaloso final de trayecto del que el diseñador no ha sido víctima inocente. Si Balenciaga huyó de la prensa, y Givenchy se escondía tras la silueta de su musa, Audrey Hepburn, Yves Saint Laurent no dudó en posar desnudo en 1971 para promocionar su perfume Pour Homme. Fue el primer modisto que se atrevió a jugar con los medios de comunicación con sus propias cartas. Un genio en una industria para idiotas, como sentenció su socio y amante durante más de 20 años, Pierre Bergé.
Yves nació el 1 de agosto de 1936, en Orán (Argelia), con el nombre de Henry Donat Mathieu. Hijo de un empresario de seguros de origen alsaciano, al modisto siempre le ha acompañado la sombra de una inestabilidad, de la que nunca ha llegado a desprenderse. Durante su infancia, la tranquilidad familiar se rompía cada mañana. "Por mi homosexualidad yo no era como los otros chicos del colegio -ha comentado en diversas ocasiones-. Los niños hicieron de mí su víctima propiciatoria. Me encerraban en el cuarto de baño, me insultaban, me pegaban...". La debilidad de Yves buscaba refugio entre las faldas de su madre, su primera musa. El futuro era su única defensa. "Recuerdo que, cuando soplé las velas de mi noveno cumpleaños, pedí que mi nombre se viera con letras luminosas en los Campos Elíseos". Su obsesión era triunfar, convertir el éxito en la más dulce de las venganzas. Y es que la homosexualidad en el Orán de los años cuarenta era un pecado imperdonable. Un secreto que tardó en confesar. "Mi madre fue la primera en saberlo". Muchos años después, en 1985, cuando recibió la Legión de Honor de manos del presidente Miterrand, Yves se sinceró con su padre. "Papá sabes lo que soy. Habrías preferido que fuera un verdadero hombre, que continuara tu apellido...". Charles Mathieu zanjó la conversación con un simple: "Eso no tiene importancia".
En 1953, con 17 años, Henry Donat Mathieu, ya atrincherado tras el nombre de Yves Saint Laurent, empezó a tocar sus sueños de triunfo. El boceto de un traje de cóctel con corte asimétrico le llevó a un viaje relámpago a París para recoger el premio del Secretariado Internacional de la Lana. Dos años después, desembarcaba de nuevo en la capital para iniciar sus estudios de moda. "No me atrevería a calificarlo de modisto, pero tiene estilo. Es un niño prodigio de la alta costura", relataba la primera profesora que se topó con este geniecillo de 1,80 metros de estatura, 62 kilos de peso, grandes lentes, un talento precoz y 50 diseños bajo el brazo.
En esos años, Yves Saint Laurent combinaba los libros con la peregrinación por las redacciones cargado de bocetos. En junio de 1955 el director del Vogue francés, Michel de Brunhoff, pidió a su amigo Christian Dior que recibiera a un introvertido jovencito. Curiosamente, sus apuntes eran parecidísimos a la todavía inédita Línea A del maestro. "Dior estaba a punto de salir de vacaciones y Michel le instó a que retrasara su viaje", recuerda Yves Saint Laurent.
Aquella cita marcó el inicio de su idilio con Dior, el por entonces rey indiscutible de la moda mundial. El tándem Laurent/Dior duró 29 meses. "Trabajar con él fue un milagro. Parecía más un embajador que un modisto. Jamás tuvimos una conversación profunda. Sólo nos intercambiamos algunas miradas... Éramos tan tímidos el uno con el otro...". Una atracción silenciosa que culminó con la designación de Yves como su sucesor. El delfín tenía 19 años. Dior, 61. En octubre de 1957 el maestro moría de un ataque al corazón. Saint Laurent se convertía, con 21 años, en el creador más joven de la alta costura.
El 29 de enero de 1958 ya estaba lista su primera apuesta como director de la firma: la Línea Trapecio, una personalísima versión de la mítica Línea A. Su revolución: aligerar y acortar los vestidos de monsieur Dior, quitar ballenas, eliminar corsés, en definitiva, liberar el cuerpo. "Genial" sentenció la prensa internacional, que le bautizó con el nombre de El Principito. En marzo de ese mismo año, el Vogue americano decía: "Una sensación recorre París, nueva para la ciudad y para Francia: la creciente influencia de la juventud". Y es que Yves no sólo había resucitado el mundo de la moda, había desempolvado el esplendor de una nación. Su éxito arrastró a la economía francesa. En los 32 meses que estuvo a cargo de la casa, la firma facturó el 50% de las exportaciones de moda del país.
El servicio militar apagó sus fuegos revolucionarios. En septiembre de 1960 Yves Saint Laurent fue llamado a filas. Nunca llegó a coger el fusil. A los pocos días, un colapso nervioso le encerró en el centro psiquiátrico Val-de-Gracê. El cautiverio duró dos meses y medio. "Me atontaban con pastillas. Yo estaba acostado en la sala, solo, con personas que entraban y salían. Estaban locos, locos de verdad. Algunos me acariciaban. Otros bramaban sin razón alguna". El miedo y los barbitúricos le anclaron a un camastro. Sólo el aire fresco de las visitas de Pierre Bergé, su amante -a quien había conocido dos años antes, a través de Marie Louise Bousquet, de la revista de moda Harper's Bazaar-, aliviaban su angustia. Después del tratamiento, Yves, con 35 kilos de peso, sufría serias perturbaciones cerebrales y adicción al alcohol y los barbitúricos. Los médicos militares le abrieron las puertas cuando concluyeron que ya no respondía de sí mismo. Su drogodependencia durará más de 20 años.
Derrotado y al límite de sus fuerzas, volvió a París. Pero todo había cambiado. El puesto de diseñador jefe de la casa Dior lo ocupaba su rival, Marc Bohan. Tras un viaje a las Islas Canarias, su amigo, amante, confesor y socio, Pierre Bergé, le animó a embarcarse en un nuevo proyecto: fundar su propia casa de alta costura. En 1962 estaba lista la primera colección. La prensa volvió a rendirse: "Las mejores blusas desde Chanel", proclamaban los críticos.
Cinco años después, el tándem Yves-Bergé daba otra vuelta de tuerca a la alta costura con la primera boutique de prêt-à-porter con colección propia: Yves Saint Laurent Rive Gauche. No se trataban de burdas copias o adaptaciones de la alta costura, sino de modelos originales listos para llevar. La socialización de la moda había comenzado. Las mujeres se agolpaban frente a su tienda de la rue Tournon para adquirir sus vestidos con corazones rojos. Dos años después, volvían a formar filas a las puertas de su tienda de la avenida Madison de Nueva York, suspirando por sus saharianas, blusas transparentes y su gran revolución, el traje pantalón. Una prenda prohibida en los locales más exquisitos, como el Club 21 de Nueva York o el Savoy de Londres. Las mujeres dejaban el pantalón en el guardarropa y entraban sólo con la chaqueta, mucho más corta que una mini.
Con el éxito, Bergé y Saint Laurent se convirtieron en la pareja más chic de París. Dos actores al límite en una obra sublime y decadente. Alcohol, barbitúricos, viajes suicidas por los callejones mal iluminados de la ciudad conduciendo un frágil Volkswagen descapotable, jolgorios hasta la madrugada en Regine's, New Jimmy's... La fiesta se extendía por el triángulo París-Londres-Nueva York con Rudolf Nureyev o Andy Warhol como copríncipes.
A principios de los 70, la firma ingresaba más divisas en Francia que la casa Renault. Mientras la empresa extendía sus tentáculos en la cosmética, los complementos y la ropa masculina, la íntima amiga del diseñador, Talitha Pol, esposa del multimillonario Jean Paul Getty, fallecía en Roma por una sobredosis de heroína. Para Saint Laurent comenzó una interminable sucesión de crisis nerviosas y curas de reposo.
El perfume del escándalo. Aún quedaban algunas fiestas y éxitos sonados. En 1977 alquiló un yate de superlujo (50 millones de pesetas por una noche) para presentar en sociedad un perfume con el escandaloso nombre de Opium. En los ochenta sus prendas se expusieron en el Metropolitan de Nueva York, en el Bellas Artes de Beijing, en el de la Moda de París... Mientras, Saint Laurent recibía la Legión de Honor y el Oscar al mejor modisto. En 1986, más de 10.000 personas trabajaban para YSL, unas siglas con 60.000 millones de pesetas de beneficios al año.
Pero mientras los éxitos se sucedían, su ex amante y todavía socio, Pierre Bergé, abandonaba el domicilio de la rue Babylon que compartían desde hacía 20 años. Solo, sin la compañía de su amigo, Yves tocó fondo. Bergé tuvo que salir al paso de los rumores. "No tiene ni cáncer ni sida, y no es seropositivo", declaró el todavía presidente y director de la sociedad. "Todo el mundo sabe que tiene problemas psíquicos y que toma demasiados tranquilizantes. Ojalá que todos los modistos estuvieran tan enfermos como Yves y tuvieran tanto talento".
Para demostrarlo, Yves Saint Laurent saca fuerzas cada temporada y abandona sus refugios de Normandía y de Marrakech con una enésima revisión de sus clásicos sobre la pasarela: el traje pantalón, el esmoquin femenino, la sahariana... Una vuelta anunciada con la que parece confirmar sus palabras: "Conmigo morirá la alta costura". A sus 62 años, asegura que ya no prueba el alcohol ni esnifa cocaína. "Las pastillas antidepresivas las necesito todavía y, aunque ya no bebo, sigo suspirando por tomar una copa". Quizá por ello ha llamado Yvresse (borrachera) a su último perfume. Un guiño más del genio.
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