- El macho serbio contra el orgullo 'gay'
- La primera manifestación de homosexuales celebrada en Yugoslavia duró tres minutos: fue salvajemente disuelta por jóvenes ultras
- Carla Antonelli, 2001-07-03
Son ellos quienes le han dado una paliza. Quienes han pataleado a decenas de «maricones» en el asfalto de Belgrado. Quienes invocan el honor de Serbia para libarse de la maldición homosexual. «Pues eso, a base de hostias», como dice orgullosamente un espécimen viril de 15 años.
Era la primera vez en la historia que los homosexuales serbios osaban manifestarse públicamente [el 30 de Junio de 2001]. Quizá porque corren vientos democráticos (¿?). O quizá porque el civismo de un país se mide en términos de respeto ajeno, como señalan inútilmente las pancartas descoyuntadas.
Yugoslavia está muy lejos de Europa. Sobre todo, después de ayer, cuando la fiesta del orgullo gay, inocente, modesta, pobretona, se ha convertido en la excusa de una cacería al maricón, en la gran venganza del macho serbio.
La policía podía haber intervenido de manera inmediata, pero transcurrió una hora interminable, brutal, hasta que las fuerzas antidisturbios comenzaron a cargar contra los machotes. Había ultras, skin-heads, estudiantes, chetniks, incluso popes ortodoxos de guantes blancos.
Por ejemplo, el padre Gavrilov, o el doctor Gavrilov, como él mismo precisa estúpidamente. No importa el egocentrismo del tipo. Importa su «homilía»: «He venido hasta la plaza para mostrar la oposición de la Iglesia al fenómeno homosexual, que atenta contra la naturaleza humana».
Demonización
Sería peligroso interpretar la guerrilla urbana de ayer como la provocación caprichosa de un puñado de ultras. Pues no. Resulta que la moral serbia demoniza la homosexualidad y la considera un motivo propagatorio del sida, más o menos como si los manifestantes , ¿un centenar?, hubieran salido a las calles para extender una epidemia catastrófica.
«A por ellos», gritaba fuera de sí un paramilitar barbudo y grotesco. «A por ellos», respondía el coro de machos nada más divisar un grupillo de homosexuales indefensos. Les pegaron, les escupieron, les insultaron. Y les hubieran arrancado la cabeza si no llega a escucharse el jaleo redentor de unos cuantos disparos lanzados al aire.
Era la policía. Tarde, torpe, distante. Muchos agentes se hubieran alistado en las filas de los represores, pero disimularon la tentación alejándose de las zonas de refriega. ¿Cuantos puñetazos le han dado a Maja?
«Estamos hartos de vivir en las catacumbas», señalaba ayer un homosexual vestido de «paisano». «Vivimos nuestra identidad sexual como si fuéramos apestados. Nos persiguen, nos pegan, nos machacan. Y no me refiero al día de hoy, sino a las experiencias cotidianas», añade el muchacho.
La manifestación gay se había programado a las tres de la tarde y finalizó exactamente tres minutos después. Fue el tiempo que necesitaron los matones, cerca de un millar, para correr a palos a un pelotón de los homosexuales, incluidos adolescentes, universitarias y chicos con bandera blanca.
«No queremos a estos putos en Serbia. Nosotros somos machos de verdad y no consentimos que estos mariconazos vengan a contagiar nuestra sangre», precisaba ayer a voces un prodigio de la intelectualidad nacionalista.
El día del orgullo gay se ha convertido en el día del gran macho serbio. Tanto, que los mocetones concentrados en las calles de Belgrado se despojaron de las camisas para exhibir los músculos de acero y mostrar los tatuajes de Arkan.
El difunto genocida serbio se hubiera enorgullecido de los muchachotes, sobre todo porque han aplastado al enemigo sin utilizar armas de fuego ni despeinarse el cerebro. Han bastado los puños, los palos, «los cojones», como dicen algunos ultras del club de fútbol Estrella Roja.
Costumbre nacional
A falta de «putos» y de «maricones», de nuevo escondidos en las catacumbas, los machotes se entretuvieron con la policía. Es una costumbre nacional, una tradición urbana serbia, a fuerza de represiones y de prohibiciones.
Menos mal que existen tipos como Pedrag. El viejito debe haber cumplido los 70 años, pero tuvo el valor de proteger a una adolescente lesbiana cuando los cazadores estaban a punto de devorarla a guantazos. «Coge este taxi y vete», le dice mientras entrega el dinero al conductor.
El gesto hubiera valido una medalla en cualquier país civilizado. Aquí no. Aquí, al contrario, le ha servido a Pedrag para ganarse los insultos y las reprobaciones de unos cuantos adultos alistados en la cola de un autobús.
«¿Por qué ayudas a esos maricones? ¿No ves que van a degenerar nuestra raza? ¿No te das cuenta de que nuestros hijos pueden contagiarse de alguna enfermedad rara?», le dicen y le repiten hasta conseguir atormentarlo.
El balance moral de la jornada está hecho. Queda pendiente el balance policial y sanitario. El jefe de la Policía de Belgrado, Bosko Buha, informó a la radio B-92 de que habían sido arrestadas varias decenas de personas y de que varios agentes resultaron heridos al ser alcanzados por las piedras lanzadas por los ultras. Según fuentes hospitalarias citadas por la emisora, hay al menos dos civiles y seis policías heridos.
Los ultras fueron detenidos en vehículos blindados. Los otros, «los putos», «los maricones», se recuperan en un ambulatorio. O lloran como Maja al pie de una escalera. Orgullosamente.
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