2005/06/11

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  • La extraña homo-obsesión de Jamaica
  • ¿Será lo único que mantiene en pie al país?
  • The Gully, 2005-06-11 # Kelly Cogswell

Busque las palabras "gay" u "homosexual" en la edición Internet del Jamaica Observer, uno de los principales diarios de ese país, y encontrará artículos con títulos tales como "¡Socorro! ¡Mi marido es bisexual!" o "¡Emergencia! ¡Mi novia/esposa es lesbiana!".


Los homosexuales están destruyendo a Jamaica: éste es el tema que machacan día tras día, en tono melodramático y casi lascivo, las cartas de lectores que éste y los demás diarios jamaiquinos publican. Por su parte, la prensa jamaiquina raras veces se digna a abordar las cuestiones vitales para la gente gay y, cuando lo hace, es para ridiculizar grotescamente a los activistas de esa comunidad.


La hostilidad implacable de los medios de comunicación refuerza la homofobia callejera en Jamaica, donde lesbianas y gays enfrentan cotidianamente agresiones de todo tipo, desde insultos y mofas hasta machetazos. Cada año, las turbas enardecidas asesinan en Jamaica a un puñado de hombres gay y personas transgénero, a golpes, pedradas, machetazos o cuchilladas. A las lesbianas se las insulta y se las viola, y a veces también se las mata. Y esos son sólo los casos conocidos.


Aún más potente es el odio contra los homosexuales que expresa gran parte de la música popular jamaiquina, elemento esencial de la cultura isleña. Músicos como Elephant Man, Bounty Killer, Beenie Man, TOK y Capleton han incitado a su público a matar a tiros, quemar vivos, violar, lapidar y ahogar a lesbianas y hombres gay. En un multitudinario concierto celebrado en enero de 2004 en Saint Elizabeth, Jamaica, casi todas las canciones denigraban y amenazaban violentamente a los hombres gay.


Las raíces del odio

Algunos de los principales críticos extranjeros de la homofóbica música bailable o dancehall jamaiquina residen en Gran Bretaña, la antigua potencia colonial, donde hay una vasta comunidad de isleños y sus descendientes. En Londres se han llevado a cabo manifestaciones de protesta en contra de este tipo de música, se ha boicoteado exitosamente a los músicos y se ha logrado la cancelación de algunos de sus contratos de grabación.


No todo el mundo está de acuerdo con esto. En enero, el diario británico The Guardian publicó un artículo de Decca Aitkenhead en el que ésta criticaba a la izquierda británica por protestar contra la violencia homofóbica jamaiquina. Pasando en silencio el hecho de que muchos activistas jamaiquinos apoyan estas protestas, la Aitkenhead declaró que los británicos deberían callarse la boca. Según ella, eran ellos los verdaderos culpables de la homofobia isleña, que era producto de las leyes contra la sodomía de la era colonial, la pobreza y la herencia castrante de la esclavitud. Todo se arreglaría, según ella, con alivio de la deuda, comercio equitativo e inversión. Cortesía del extranjero.


La autora también pasó por alto el papel importante que desempeña en la violencia homofóbica otro elemento esencial de la cultura jamaiquina: las religiones fundamentalistas, tanto cristianas como no cristianas.


Bobo Dread, una secta rastafari fundamentalista, profundamente machista y homofóbica, denominada por sus críticos el Talibán jamaiquino, ejerce una influencia directa en músicos rastafaris como Capleton, que canta "Blood out ah chi chi/ Bun out ah sissy." ("¡A matar a los maricones! /¡A quemar a los maricones! "). Según informes, Capleton ha formado parte de turbas anti-gays. Otro músico rastafari, Buju Banton, presuntamente participó en una brutal paliza propinada a varios hombres gay en junio pasado.


Los cristianos son igual de sanguinarios. En abril de 2000 se cometió un crimen nada menos que dentro de una iglesia bautista en Kingston. Una turba acusó a un hombre de ser gay, lo arrinconó dentro de la iglesia y lo mató allí a tiros, indiferente a sus súplicas de clemencia. Su compañero tuvo que huir del barrio para salvar la vida. En Jamaica, los predicadores cristianos son los primeros en llenar las secciones de cartas al director de los periódicos con diatribas contra la gente LGBT, acusándolos de ser los arquitectos maléficos del desplome de la nación.


Cuando uno se puede dar el gusto de culpar a los homosexuales de toda la corrupción, la brutalidad policial, el crimen y la violencia que imperan en Jamaica, resulta que la actual elite jamaiquina no es responsable de nada y que el colonialismo británico es cuestión del pasado.


Nacionalismo homofóbico

Ese es el quid de la cuestión: que la homofobia que permea la música, la religión, la sociedad y el gobierno de Jamaica se ha combinado para crear un nacionalismo peculiar basado en la idea de que los homosexuales son la fuente de todos los problemas del país. Para quienes creen en esto, agredir a la gente gay se ha convertido en sinónimo de patriotismo, en acto en defensa de la nación y parte integral de la identidad jamaiquina. Igual que lo fue el antisemitismo para los alemanes en tiempos de Hitler, este odio patológico de los homosexuales es el lazo profundo que une hoy a los jamaiquinos.


El año pasado, fui testigo de este nacionalismo homofóbico en acción, en Nueva York, donde era el vínculo que unía íntimamente a un grupo de inmigrantes jamaiquinas. Éstas eran las enfermeras isleñas de un hospicio, que atendían en su lecho de muerte a un amigo mío, afro-americano y gay.


Día y noche, mi amigo agonizante tuvo que escuchar las diatribas interminables y aterradoras de las enfermeras jamaiquinas en contra de los homosexuales, diatribas en las que éstas detallaban con fruición las muchas formas en que Dios quería que se les exterminase: con fuego, con machetes, como fuese. Fue la primera vez en treinta años que mi amigo, un tipo duro del Bronx, un digno veterano de Vietnam, se escondió en el armario, sin revelar que era gay.


Con sus desvaríos sanguinarios y protocristianos, las enfermeras jamaiquinas parecían afirmar su identidad cultural. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, no se habló en aquel hospicio sino de suplicios de fuego en el infierno y de muerte a los homosexuales. Mi amigo pasó sus últimos días de vida atemorizado y humillado en su lecho de muerte.


En Jamaica, el estado es uno de los pilares de este nacionalismo homofóbico. Los policías instigan ellos mismos la violencia, la pasan por alto o la encubren. El gobierno le celebra la gracia a las turbas asesinas y rehusa disciplinar a los policías, abolir las leyes contra la sodomía de la era colonial británica y hasta considerar la posibilidad de que la homofobia esté empeorando el creciente problema del SIDA en Jamaica.


Atreverse a actuar

En tal situación, atreverse a actuar para cambiar las cosas puede ser peligroso y desmoralizante. En febrero conversé con Gareth, un joven activista gay jamaiquino en jira por los Estados Unidos patrocinada por Amnistía Internacional. A los 27 años de edad, ya es veterano de siete años de lucha con J-FLAG, la única organización lésbica, gay, bisexual y transgénero de Jamaica.


Le pregunté cómo había logrado mantenerse activo durante tanto tiempo. Un miembro de J-FLAG fue asesinado en junio pasado. La investigación policial del crimen fue una farsa. El propio Gareth fue maltratado físicamente por un policía en 2002 y ha presenciado, entre otras cosas, una paliza tan salvaje que la víctima, un hombre gay, murió luego a consecuencia de ella. Mientras más visibilidad gana J-FLAG, más amenazas recibe, tanto en la prensa, como por cartas y mensajes electrónicos que le llegan directamente.


Gareth me dijo que ha podido persistir en su labor de activista porque los miembros de J-FLAG están muy unidos y se apoyan mutuamente, tanto por teléfono como visitándose. Además, tratan de que sus reuniones educativas sean a la vez divertidas.


Cuando el contundente informe de Human Rights Watch, "Odiados a muerte: homofobia, violencia y la epidemia de VIH/SIDA en Jamaica", apareció en noviembre pasado, desencadenando una gran furia en la isla, los activistas sobrevivieron gracias a la gran solidaridad que existe entre ellos y a su convicción de que esto era una etapa natural de un largo proceso. "Uno tiene que asimilar todas estas cosas y luego olvidarlas", me dijo Gareth, cabizbajo.


Encontrar apoyo
Dado lo virulenta y omnipresente que es la variedad de homofobia que predomina en Jamaica, Gareth tiene suerte de que su abuela lo respalde. Aunque ella no acepta su homosexualidad (cuando lo descubrió de jovencito tocando a otro muchacho, le dio una tremenda paliza), no deja que los demás hombres de la familia, primos o hermanos, hablen mal de él, ni mucho menos que le pongan la mano encima. Por suerte para Gareth, todos en la familia le tienen miedo a la abuela.


En las familias jamaiquinas, los hombres a menudo usan la violencia para obligar a que cada cual se ciña al papel de género y a la identidad sexual que se le ha asignado. La violencia alcanza incluso a quienes hacen todo lo posible por permanecer en el armario.


Según un informe muy bien documentado que se publicó en febrero pasado, en Jamaica un padre incitó a un grupo de estudiantes a atacar a su propio hijo, luego de haber encontrado una foto de un hombre desnudo en la mochila del muchacho.


La tía de Gareth también sabe que él es gay, pero nunca hablan sobre ello. La única persona de la familia con la cual Gareth se franquea completamente es su hermana. Ésta se enteró de casualidad. Una vez que visitaba a Gareth en su casa de Kingston, unos amigos de él hablaron abiertamente en su presencia, suponiendo que ella estaba al tanto. Al principio, la hermana se escandalizó; luego, poco a poco, lo ha ido aceptando. Ahora a veces va con él a fiestas gay y no le da miedo bailar con las chicas. Y hasta lo aconseja a la hora de escoger él un novio. "Es magnífico que ella lo sepa", me dijo Gareth.


El armario jamaiquino es más asfixiante y estrecho que muchos otros. Gareth lamenta lo difícil que es, aún para los hombres gay, llegar a conocerse. Es arriesgado reunirse en público. El Internet tiene también sus inconvenientes. Los hombres homófobicos a veces usan los foros de charla en línea para engatusar a los hombres gay a ir a algún lugar donde los puedan asaltar. Nadie puede relacionarse románticamente de manera normal. Es como vivir en una zona de guerra.


¿De qué sirve actuar?
Me di cuenta enseguida de que había hecho mal en preguntarle a Gareth cómo encajaba la homofobia en el panorama general de una Jamaica asolada por la pobreza, la corrupción policíaca, la descomposición del imperio de la ley, las religiones fundamentalistas y la cultura de la violencia. Pareció a punto de desfallecer. Para un activista que confronta mil batallas y peligros, como él, hasta el pensar cómo todo conspira en contra de la gente gay ha de ser un desafío abrumador.


Gareth me dijo que él y los demás activistas de J-FLAG se concentran en lograr una victoria más modesta. "Nuestra prioridad actual es procesar testimonios de maltrato y colaborar estrechamente con otros grupos para crear espacios seguros. También nos estamos esforzando por llamar la atención de la opinión pública. Agradecemos todo el apoyo que se nos de, venga de donde venga". J-FLAG mantiene líneas telefónicas de emergencia y organiza sesiones educativas; también se esfuerza por lograr la abolición de la ley contra la sodomía.


Un logro importante fue la reunión regional que J-FLAG organizó en diciembre pasado en Kingston, a la cual asistieron 19 activistas de todo el Caribe que trabajan en cuestiones relativas a las personas LGTB, derechos humanos y VIH/SIDA. J-FLAG ofreció talleres sobre cómo organizar grupos para abogar en pro de todos esos temas.


J-FLAG es el grupo de derechos humanos gay más antiguo de la región caribeña y tiene un gran caudal de experiencia que compartir. Eso significa mucho en un lugar como Jamaica, donde el simple hecho de existir es ya en sí una victoria.

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