2006/07/21

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  • Progreso moral
  • Gara, 2006-07-21 # Víctor Moreno · Profesor y escritor

Iglesia y Gobierno deberían estar muy contentos, pues, a pesar de las mil diferencias que los vuelve epilépticos a la hora de ser razonables, hay algo que los une. Ambas entidades sostienen que el progreso moral de la sociedad deja muchos polvos que desear. Con matices, claro. Mientras que la Iglesia considera que este socavón moral se debe al hecho de haber expulsado a Dios del corazón humano, el Gobierno, por el contrario, cree que este déficit se debe a una falta de responsabilidad mundana, que nada tiene que ver con la metafísica ni la teología.

La verdad es que ni Dios ni la cultura parecen haber logrado rebajar la mala leche criminal del ser humano a escala cósmica.

Si el presidente de los obispos asegura que «la sociedad española está apagada y moribunda, y no se siente responsable del propio futuro»; los políticos de la Unión Europea sostienen que «el déficit democrático y ético es cada vez más alarmante».

Mientras que la Iglesia apela a la fe y a la heteronomía moral para salir de esta situación «angustiosa», los políticos laicos del ramo apelan por el contrario a la Constitución, al Código Civil y Penal y, ahora, a una nueva asignatura, que se pondrá en marcha para el curso 2007-2008, con el nombre de Educación para la Ciudadanía y los Derechos humanos. Sobra decir que el PP se ha aliado, una vez más, con la Iglesia y tilda dicha asignatura como «ejemplo de totalitarismo ideológico», algo de lo que, obviamente, entienden mucho.

Incomprensiblemente, la Iglesia ha montado en cólera ante esta anunciada asignatura, que no es aún ni borrador. Al parecer, la empresa de Ratzinger sigue pensando que es la única instancia de este mundo, aunque su teología sea del otro, capaz de dar sentido moral al personal. Más todavía: para la Iglesia, el déficit democrático es fruto del relativismo moral. Sin fe, la democracia es una democracia trunca. Sólo la religión es capaz de moralizar a la ciudadanía. Lo dice la conferencia episcopal y Ratzinger y lo ha rubricado Hans Küng. En esto, la mayoría de los creyentes se diferencian el pelo de un conejo. Para ellos, sin Dios no es posible un negocio justo y legal; ni una vida familiar y ecología dignas.

Al margen de las consideraciones que sugiere esta nueva asignatura de corte axiológico doctrinal ­marca registrada de todos los gobiernos habidos y por haber, reparo en la miopía intelectual de los gerifaltes eclesiásticos.

¿Nunca piensan en la parte alícuota de culpabilidad que corresponde a la Iglesia en la producción de esa «moribundez» y déficit moral social? Pues una institución que tanta importancia se da a sí misma en la transmisión de valores no será ajena, supongo, al sistema productivo de tanta barbarie.

Los obispos deberían considerar que la violencia social y doméstica, asesinatos, homicidios y crímenes de toda índole, son perpetrados mayormente por quienes creen en el Altísimo; en definitiva, gente cristiana y católica. Gente que no muestra incompatibilidad práctica entre la doctrina de la Iglesia y las tropelías que adornan la condición humana y animal. Deberían considerar que el crimen no tiene fronteras ideológicas, ni metafísicas. Que creer o no creer en Dios no asegura el progreso moral, ni la cultura, ni la cohesión ética de la sociedad. Asesina el ateo y el creyente. Pero el creyente asesina y delinque mucho más. Al menos, en el Estado español, donde la sociedad ­según dice la Iglesia­ es mayoritariamente creyente.

A mí me parece lógico que el Gobierno, consciente de que la actividad de la Iglesia en la mejora moral de la sociedad ha contribuido muy poco ­más bien empuja en otra dirección­, ha decidido instrumentalizar el sistema educativo, implantando una asignatura confesional política, mediante la cual se transmitan valores afines al ideario del Gobierno, y convierta la educación en adoctrinamiento ético y, si cuela, político, que es, al fin y a los postres, lo que siempre han hecho los gobiernos, democráticos y autoritarios.

Ante esta decisión, resulta incomprensible el cabreo teológico de la Iglesia. No se da cuenta que ella misma lleva varios años tirando piedras contra su edificio, pregonando públicamente que los creyentes dejan mucho que desear. En esta situación, hasta sería obligatorio que el Gobierno dejara de invertir un euro en una empresa que, en opinión de sus gerentes, está en banca rota y cuyo sistema productivo moral es deficitario. ¿Quién, con dos dedos de frente económicos, se embarcaría en reflotar una empresa que hace riada por todos los confesionarios?

Por lo demás, ¿desde cuándo no se repetía el milagro de la conversión del mismísimo Estado en un Estado kantiano? ¿Desde las témporas de Franco? ¿Desde tiempos del Aznarato? Si la Iglesia fuera menos rabicana, debería rabiar de contenta ante el nuevo espíritu moralizante que embarga al Estado.

Ignoro si la Iglesia lo sabe, pero conviene indicar que son las cárceles, mucho más que la asistencia a misa y comunión diarias, el signo por excelencia del progre-so moral de una sociedad. Cuanta más población reclusa, más depravación y barbarie inmorales. El sistema educativo lleva repartiendo alfalfa religiosa desde siempre. Y, sin embargo, las cárceles han ido renovando inquilinos en cada generación. La Iglesia debería reconocer que la influencia de su maravilloso adoctrinamiento moral y religioso ha servido de muy poco para disuadir a tanto sujeto de ser creyente y asesino al mismo tiempo. Lamentablemente, la fe en Dios no puede evitar que nos convirtamos en unos asesinos. La Constitución, el Código Civil y el Penal, parece que tampoco. Ni la Pena de Muerte.

¿Aumentará el progreso moral la nueva asignatura Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos? Todos sabemos que no, pero, si alguien debiera ser más prudente en sus juicios apocalípticos, es la Iglesia.

Hasta la fecha, lo que ha demostrado es su inutilidad para aumentar la autonomía moral de la gente. Y, si no, repare en que la mayoría de los criminales de este país son personas que recibieron en su día una esmerada formación religiosa, y, por supuesto, cívica. ¿Les sirvió de algo dicha formación? La estadística carcelera dice que no. Así que...

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