- Grande-Marlaska, un personaje de moda
- Diario Crítico, 2006-06-16 # Iñaki Anasagasti
Mientras vivió en Euzkadi, Grande-Marlaska sólo era conocido por sus allegados y por el reducido círculo de las gentes próximas a la judicatura. Cuando accedió al estrellato, fuimos muchos los que nos sorprendimos cuando nos dijeron que era vasco. De Bilbao. E inmediatamente, cundió la curiosidad en torno al personaje. ¿Quién es?; ¿de qué entorno procede?; ¿cómo piensa?; ¿es, como parece, ideológicamente afín al PP? Hay quien, inducido por los elogios que le dedican en la COPE , había llegado a asociarle bajo la máxima : “Marlaska es Grande, pero Oreja es Mayor”.
Pronto empezaron a circular rumores, cuya veracidad nadie estaba en condiciones de comprobar. Se decía que era homosexual. Que tenía como compañero a un maisu de ikastola. Que políticamente era vasquista o filonacionalista (vasco, se entiende; los nacionalistas españoles dicen que no son nacionalistas)…
- Una entrevista a Grande-Marlaska
El pasado fin de semana, tuvimos ocasión de disipar las dudas. El juez estrella concedía una entrevista a Rosa Montero. Una entrevista que ha sido publicada en el dominical de EL PAIS.
Es la misma Rosa Montero la que nos lo aclara: “Marlaska, hace una excepción [a su proverbial tendencia a huir de las entrevistas] para proclamar su apuesta por una España tolerante, moderna y en paz, donde poder decir libremente que es vasco y español, y que está casado con Gorka”. Es curioso. ¿Para eso le hacía falta una entrevista? Es más. ¿Sólo con una entrevista en el dominical de EL PAIS podía dar satisfacción a esa su imperiosa necesidad de apostar “por una España tolerante, moderna y en paz”, de proclamar “libremente que es vasco y español” y dar a conocer a todo el orbe que “está casado con Gorka”?
En la entrevista, Marlaska desgrana algunos de los principales retazos que marcan su biografía. Cuenta su trayectoria profesional y el modo en el que fue socializando su homosexualidad. Las dificultades que su madre tuvo para asumir su relación con Gorka, con quien lleva viviendo nueve años, y el posterior matrimonio. Se casaron el pasado mes de octubre. Todo muy respetable.
- Los tipos de las banderas con el aguilucho
Es posible que a él no le guste, pero me temo que una gran parte de los que le jalean y vitorean cada vez que emite una resolución, son “esos tipos de las banderas con el aguilucho”. Por mucho que Marlaska se resista a ello, son muchos los que identifican su trabajo, sus ideas, y su corazón, con eso. Con los tipos de las banderas y el aguillucho. Quienes acuñaron la expresión Marlaska es Grande pero Oreja es Mayor , no abrigaban dudas al respecto.
Le dolió, sostiene, porque “ya estamos en otra España, y además desde hace mucho tiempo”. Le dolió “como español”. No como un ser humano que apuesta por la dignidad y rechaza la brutalidad, sino “como español”.
- Porqué abandonó el País Vasco
Marlaska nos hace una descripción muy curiosa de las razones por las que él y Gorka huyeron de Euzkadi para irse a Madrid. He aquí su relato:
“Nosotros somos vascos, pero en aquella sociedad todo gravita en exceso sobre el tema del nacionalismo. Las relaciones profesionales, las personales, el aire que respirábamos en la calle, todo estaba atrapado dentro del binomio nacionalismo sí, nacionalismo no, ETA sí, ETA no. Y al cumplir 40 años decidimos que queríamos vivir en una sociedad donde existieran otras perspectivas, en la que tu día a día no estuviera absolutamente acaparado por eso. Porque el fenómeno terrorista sigue siendo importante para nosotros, naturalmente, pero aquí podemos ocuparnos también de otras cosas, no tenemos toda nuestra vida secuestrada por eso. Y a lo mejor habrá gente que dirá: pero si es ahora, en la Audiencia Nacional , en donde está todo el día tratando esos temas…Pues sí, pero eso es sólo mi trabajo, pero no es mi vida. Y allí, en el País Vasco, era todo, era siempre”
Desmenucemos las razones de Marlaska. Asegura el juez estrella que en la sociedad vasca “todo gravita en exceso sobre el tema del nacionalismo”. ¿Todo? Pues sí. Marlaska dice que “todo”, “siempre” y “en exceso”. Por ello -asegura- él y su compañero decidieron trasladarse a Madrid, para “vivir en una sociedad donde existieran otras perspectivas, en la que tu día a día no estuviera absolutamente acaparado por eso”.
Increíble, pero cierto. En Euzkadi hay mucha vida fuera de la política. Muchísima. Hay cine, literatura, teatro, música, deporte, gastronomía, misses, moda y hasta botellón. En Euzkadi hay comercios, empresas competitivas y hasta multinacionales. Hay trabajo y ocio para propios y extraños. Hay de todo. Pero Marlaska sólo veía un agobiante nacionalismo. Increíble, pero cierto. En Euzkadi hay mucha gente que no siente atractivo alguno por la política. Gente que colma su mente y su vida con otras ocupaciones. Gente que no presta a la política la más mínima atención. Pero durante los 40 que vivió en Euzkadi, Marlaska no debió conocer a ninguno de ellos, porque a su juicio, todo, “las relaciones profesionales, las personales, el aire que respirábamos en la calle, todo estaba atrapado dentro del binomio nacionalismo sí, nacionalismo no, ETA sí, ETA no”. Increíble, pero cierto.
Pero aún hay más. Si Marlaska se hubiese marchado del País Vasco para instalarse en Miami, las razones que aduce para justificar su traslado podrían tener algún sentido. Pero Madrid es la meca del nacionalismo español. Madrid rezuma por todos sus poros rancia burocracia españolista. A cada paso te encuentras con un ex ministro o con un alto funcionario que llevan el Estado en la cabeza y en la conversación. Madrid es, con diferencia, la ciudad más politizada del Estado. En su seno, todo gira alrededor del poder, el protocolo y las influencias. El hecho madrileño prácticamente se agota en la capitalidad. Hasta el extremo de que, si la capitalidad de España se trasladase a Valladolid, en Madrid no quedaría más que el vestigio histórico y artístico de la época en la que fue capital. Pero Marlaska, que se pasa todo el día en la Audiencia Nacional resolviendo asuntos sobre ETA y Batasuna, ve en Madrid una ciudad ajena a la política; una ciudad llena de perspectivas. No ve la capital del Estado. No ve un paisaje repleto de ministerios, embajadas y banderas. No ve unas calles rebosantes de empleados públicos y funcionarios cesantes. No. Ve un horizonte florido y soleado.
En Madrid, todo es nacional. Los museos son nacionales. Los organismos públicos dependientes de los ministerios -desde el Instituto Nacional de Meteorología hasta el de Administración Pública-, son, también, nacionales. Hasta la Audiencia en la que trabaja Marlaska se hace llamar Nacional. Pero Marlaska no ve en ello agobiante nacionalismo, sino oxigenante aire fresco. Increíble pero cierto.
- Los tópicos habituales
A partir de ahí, la entrevista se desliza por los tópicos habituales sobre la maldad esencial del nacionalismo vasco, su intrínseca intolerancia y sus inclinaciones excluyentes. Burdo tópico manido. Marlaska es euskaldún pasivo. Eso dice al menos. Asegura entender la lengua vasca, aunque no pueda hablarla con fluidez. ¿Habría admitido que los ciudadanos que llamó a declarar prestaran su testimonio en euskera? ¿Habría recogido ese testimonio sin intérprete ni traductor?
Su marido, Gorka, sin embargo, es “euskaldun pleno”. ¡Agárrense a esa! “Euskaldún pleno”. No hay como un vasco español reivindicando su vasquidad para encontrarse con afirmaciones rotundas y grandilocuentes. José Antonio Zarzalejos afirmaba en una entrevista hace algún tiempo que él era “vasco completo”. ¡Terrible! “Vasco completo”. En la misma línea Marlaska dice de su marido Gorka que es “euskaldún pleno”. Conozco a muchos vascoparlantes que jamás se hubiesen atrevido a decir de sí mismos que son euskaldunes “plenos”. Reivindicar la plenitud en algo, resulta siempre sospechoso en el ser humano, que es esencialmente limitado. Pero Marlaska, el juez estrella, lo hace sin rubor en relación con la euskaldunidad de su marido Gorka. Y lo hace, porque está representando el papel -el tópico y tedioso papel- del vasco de identidad política española que tiene que demostrar que es tan vasco como aquellos que pretendidamente le excluyen. Y predica de sí algo que ni los presuntos excluyentes osarían predicar de sí mismos.
Una vez metidos en el lodazal antinacionalista, Rosa Montero aprovecha la confesión de Marlaska para ahondar en el terreno de la corrección política. Le interroga sobre los nacionalistas (vascos, por supuesto, los españoles no existen) que han secuestrado la cultura y la lengua vasca, como si sólo fuera de ellos. Y Marlaska, se revela como un paladín de la corrección política. Su respuesta es de manual. De los manuales de combate fabricados en la Moncloa durante el mandato de Aznar para zaherir al herético nacionalismo vasco. Sólo le falta lo del árbol y las nueces, que tanto dinero les ha dado a los autores del libro. He aquí sus palabras:“Gorka siempre dice que le da rabia que el hecho de hablar euskera le identifique dentro de determinados términos políticos. Y sí, habría que rescatar eso para todos. La cultura vasca y el euskera son de todos los vascos. No pueden convertirse en elemento de exclusión y de tribu, que es lo que se ha hecho”
Marlaska es una delicia. Su discurso es de una corrección política sin par. No se aparta un ápice del guión. Dice, exactamente, lo que en Madrid quieren que diga un vasco. Es más. Dice lo que en Madrid han establecido que debe decir un vasco políticamente correcto: Que es muy vasco -que es tan vasco como el que más- pero al mismo tiempo muy español. Y si además es “euskaldún pleno”, mucho mejor. Un “euskaldún pleno” que se siente español es el más rotundo mentís al sectarismo excluyente del nacionalismo vasco.
Y por si todo lo anterior no fuera suficiente, Marlaska nos habla de la “tribu”. ¡Qué original! ¡Qué creativo! ¡Qué novedoso! Lo de la “tribu” le asocia a lo más excelso del pesebrismo vasco español: Javier Zarzalejos, Jon Juaristi…
Pero Marlaska tienen también una receta para el futuro del País Vasco. “no consiste sólo en terminar con la violencia, con la coacción, con la extorsión, sino que es necesario enseñar a las nuevas generaciones que todos los vascos somos iguales. Hay que construir una verdadera identidad común, con las diferencias ideológicas que quieras, pero una identidad basada en la no exclusión. Y eso llevará tiempo”.
No sé si será posible construir en Euzkadi “una verdadera identidad común” basada en la “no exclusión”. Pero si ese es el propósito de Marlaska, ya tiene trabajo en ese Madrid cuyo aire fresco le permite oxigenar las neuronas. Mientras la verdad constitucionalmente santificada diga que aquí la única nación es España, seguirá existiendo una fuente de exclusión de vascos. La que excluye a los que sentimos que nuestra nación no es España, sino Euzkadi.
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