2006/11/29

> Erreportajea: Hiesa > A-1: VILLA BETANIA, LAS VICTIMAS DEL SIDA MAS DESVALIDAS

  • Las víctimas del sida más desvalidas
  • Los primeros enfermos de Villa Betania eran terminales y en la actualidad son pacientes afectados por VIH y con un gran deterioro físico y psíquico causado por su adicción a las drogas
  • El Diario Vasco, 2006-11-29 # Mario García
Eran los jóvenes de los años ochenta, auténticos supervivientes en un mundo de marginación, drogas, desamor y, además, sida. Han llegado a trompicones a los cuarenta y ahora, estabilizado el virus, su organismo está cansado y, muy frecuentemente, su mente perdida.

Éste es el perfil más característico del usuario actual de Villa Betania, la casa de acogida que, auspiciada por Cáritas, Diputación y Osakidetza, acoge en el barrio donostiarra de Loiola a enfermos de sida con un alto grado de deterioro físico y psíquico, la mayoría de ellos marcados por su adicción a las drogas. Villa Betania, dirigida por religiosas, ya no es la casa donde iban a morir los más desamparados afectados de sida; ahora son más los que van a recobrar fuerzas que los que fallecen, y su infección se controla mejor que el deterioro que arrastran después haber desperdiciado sus vidas con las drogas.

Quince años
Villa Betania es uno de los referentes guipuzcoanos de la lucha contra el sida. Tanto por el tipo de pacientes que ha acogido -los más deteriorados, los más rechazados, la mayoría de ellos toxicómanos- como por haberse enfrentado incluso al rechazo popular.

En agosto cumplió quince años de actividad y por sus habitaciones han pasado unos 160 pacientes. Los nueve que se encuentran ahora, siete hombres y dos mujeres, tienen una media de 45 años de edad, han llegado previa selección de una Comisión Sociosanitaria (Diputación-Osakidetza) y son totalmente libres para marcharse en el momento que quieran y puedan.

La actual responsable del centro, la religiosa Mertxe Iturralde, distingue tres tipos de pacientes: «Los que vienen destrozados, a los que acompañamos en sus últimos momentos; los que acuden para recuperar fuerzas y volver otra vez a la calle, y los que, cansados de una vida tan azarosa, les mueve algún ansia de integración».

Como en los viejos tiempos, quienes ingresan en Villa Betania proceden del hospital, de la prisión o directamente de la calle. En el centro disponen de una habitación individual, un seguimiento estricto de su tratamiento, un régimen de comidas adecuado a sus patologías, una vida familiar y la comprensión y el afecto de voluntarios y profesionales que trabajan en la villa.

Aquellos tiempos difíciles
Atrás quedaron los años en los que la muerte llamaba a la puerta casi todos los meses. Nunca se le olvidará a sor Carmen García, la primera responsable de Villa Betania, el 21 de agosto de 1991. A las seis de la tarde de ese día acudió al entonces Hospital Aránzazu, en compañía de otra religiosa, María Luisa Argómaniz, ya fallecida, con una furgoneta de Cáritas para llevarse de alta a un enfermo terminal. Se llamaba Emilio Marín. Esa tarde le instalaron en una casona del barrio de Loiola de San Sebastián, aún en obras y todavía sin adaptar para las funciones que iba a desempeñar en el futuro.

Y lo hicieron en medio de una encendida oposición y de las protestas de unos vecinos que rechazaban de plano una institución de estas características. Hasta manifestaciones se llegaron a organizar contra el acogimiento de enfermos de sida en Villa Betania: «Eran tiempos en los que el sida causaba una gran incertidumbre; por una parte, se trataba de una enfermedad mortal, y la gente tenía miedo porque no estaba suficientemente informada, y por otro lado, pensaban que se iba a llenar el barrio de toxicómanos marginados», asegura sor Carmen.

«De tapadillo»
Pero ella y sor María Luisa, ambas enfermeras, siguieron adelante. «Entramos como de tapadillo y estuvimos trabajando en esta situación los primeros meses», recuerda la primera responsable. «He llegado a oír cosas que se decían por la radio, cosas como que los enfermos se estaban escapando, que merodeaban por el barrio en fin, falsedades, porque en realidad los primeros enfermos estaban tan mal que no podían ni moverse de la cama, como mucho en silla de ruedas», resume sor María Luisa.

Sin embargo, una vez superadas las reticencias, la situación cambió de forma radical y los vecinos pasaron del rechazo a la integración de Villa Betania en la vida normal del barrio.

Atrás quedaron también aquellos años duros en los que raro era el mes en que se no se registraba un fallecimiento. Y es que, como señala Félix Azurmendi, vicario general de la Diócesis de Gipuzkoa y muy vinculado a Villa Betania, «la idea inicial fue la de procurar un lugar donde acompañar durante sus últimos momentos a los enfermos que estaban en la calle». Como precisa sor María Luisa, en aquella época «venían a morir y había muchas muertes».

Pasaron los años y a sor Carmen le sucedió sor Nieves Díaz, también enfermera, en 1998, quien conoció los momentos más duros de la enfermedad, si bien entonces ya se había dejado de cuestionar la labor de Villa Betania. Y a sor Nieves le sustituyó en 2004 Mertxe Iturralde, religiosa especialista en trabajo social.

El gran cambio
Durante esta última etapa, la atención en Villa Betania ha tenido que adaptarse a las nuevas circunstancias de la enfermedad y de los pacientes. La mayoría de los que ahora ingresan no son terminales, sino enfermos de larga duración con un fuerte deterioro físico y psíquico, y la mayoría no ha podido abandonar su adicción a las drogas.

Esta circunstancia ha obligado a responsables y trabajadores del centro a una profunda adaptación, según apunta Félix Azurmendi: «Se ha pasado de atender a enfermos terminales a pacientes con un gran deterioro psiquiátrico. Quizá este haya sido uno de los cambios más impactantes de los últimos años, en los que el sida ha dejado de ser la enfermedad mortal que era y se ha convertido en crónica». En este sentido, Mertxe Iturralde matiza que ahora son frecuentes los casos de demencias y de esquizofrenias: «Hay quienes están ahí, como ausentes, sin ningún contacto con la realidad, como idos, todo ello a consecuencia del deterioro progresivo causado por la falta de un adecuado tratamiento y por su toxicomanía». Y es que, como añade Mertxe, «los nuevos tratamientos contra el sida son efectivos, pero lo difícil es organizarse y seguirlos adecuadamente, lo que estas personas no son capaces de hacer cuando están en la calle».

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