2006/07/28

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  • La guía TV, 2006-07-28 # El invento del maligno
Nos contaba hace poco Mercedes Milá los estragos que causa la obsesión por la belleza: la tiranía de la báscula, el despotismo de la talla, esa especie de totalitarismo cool de la línea y la delgadez.

Algunos días después, ganaba el certamen de Miss Universo la portorriqueña Zuleika Rivero, la miss más delgada de todos los tiempos. Tan delgada que la glucosa le jugó una mala pasada y la chica se desmayó. Y no sólo ella: las crónicas han contado varios casos de desfallecimiento entre las concursantes.

Es notable: llevamos años de denuncia incesante del canon estético del modelaje y sus líneas rectas hasta la consunción, de permanente alarma sobre los daños que esta obsesión causa en la salud de los jóvenes, pero el mal no sólo no mengua, sino que crece. De poco o nada sirven las campañas de ''concienciación'', ni siquiera las valientes disidencias del canon publicitario, como los anuncios de Dove.

¿Qué está pasando? Cuando uno dice estas cosas se expone a ser inmediatamente tildado de homófobo y nuestra cabeza exhibida en la picota de las webs de tono gay-, pero no debería estar prohibido contar lo que es un secreto a voces en las pasarelas, a saber: desde hace algunos años, el canon de la belleza femenina ha pasado a ser definido por hombres que no sienten atracción sexual por las mujeres, resultado de lo cual es un estereotipo de mujer perfectamente artificial o, si se prefiere, conceptual, desencarnado, emancipado de la realidad anatómica de las mujeres de carne y hueso. Este canon, todo sea dicho, suele gustar también a las mujeres por razones psicológicas que sería prolijo destripar, pero que podemos resumir en una proposición simple: los hombres ven a las mujeres como sujetos sexuales, pero las mujeres se ven a sí mismas como sujetos estéticos, de manera que, por decirlo en dos palabras, llos hombres se fijan en los cuerpos y las mujeres se fijan en las ropas, los hombres las imaginan (las imaginamos) desnudas y ellas se imaginan vestidas, nosotros buscamos curvas y ellas buscan perchas.

El canon de mujer que gusta a los varones nunca ha dejado de ser el tópico póster de taller mecánico: señoras abundantes y bien guarnecidas. Pero el canon de mujer impuesto por la moda y la publicidad es el contrario: exiguo y longuilíneo, sin curvas. Esto, en principio, no tendría por qué ser ni bueno ni malo: es simplemente cuestión de miradas. Pero como la presión de la sociedad del espectáculo es brutal e inagotable, el canon estético deja de ser ''cuestión de miradas'' para convertirse en cuestión de vida o muerte, como si no hubiera vida digna fuera de la sumisión al imperativo de la delgadez obligatoria. Una idea para Mercedes Milá: que su próximo Diario de nos cuente la dieta de las aspirantes a miss.

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