2006/07/28

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  • Educar en la tolerancia
  • El Ideal Gallego, 2006-07-28 # Puri Rodríguez Calvo
Que a alguien le molesten los arrumacos en público, sobre todo si son demasiado efusivos, no es extraño. Hasta hace no mucho tiempo estas demostraciones de afecto se reservaban para la estricta intimidad del hogar y algunas generaciones de españoles que se han educado con esta moral difícilmente podrán ver con buenos ojos el hecho de que caricias y besos hayan pasado a formar parte del paisaje cotidiano. Cuando se llega más allá, realmente se ha traspasado la línea del decoro ­palabra en desuso, lo mismo que su significado­ y no merece la pena entrar a juzgar siquiera si determinadas actitudes no son más una provocación que un juego amoroso.

Dicho esto sólo cabe aplicar los más crudos adjetivos para calificar al grupo de jóvenes ­algunos de ellos menores de edad­ que hace unos días apalearon salvajemente a un hombre por besar en público a su pareja, en este caso, otro hombre. Pero es en este caso y no en otro en el que se produjo el incidente ­por calificarlo de alguna forma­, de modo que si el gesto amoroso se hubiese producido entre hombre y mujer resulta difícil pensar que pudiera haber traído como consecuencia una agresión física.

Hechos como éste ponen de manifiesto que no basta con legislar para que la realidad social sea como nos gustaría y que las cosas no cambian de la noche a la mañana. Sin embargo, lo que resulta realmente triste es que los protagonistas de este lamentable suceso sean jóvenes, hombres del mañana que, por lo visto, no están a la altura de lo que la sociedad futura espera de ellos. La educación en la tolerancia no parece estar haciendo mella en las nuevas generaciones, algunos de cuyos miembros están dispuestos a seguir cultivando una mentalidad antediluviana, condenada ­o al menos así lo espero­ a desaparecer. Y más triste todavía es que seguramente estos arrojados muchachos verán en televisión programas en los que aparecen hombres que no renuncian ­sino todo lo contrario­ a reconocer su condición homosexual, y se reirán con ellos, y lo pasarán de lo lindo. Pero cuando lo que se ve por la tele atraviesa la pantalla y aparece en la vida real, por lo visto no resulta tan gracioso. Entonces sale a la luz lo peor de la condición humana, una condición que todavía tiene que mejorar mucho.

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