- ¿Agur, morito de Antzuola?
- El Diario Vasco, 2006-10-13 # Alvaro Bermejo
Desde el escándalo de las caricaturas danesas hasta las polémicas declaraciones de Benedicto XVI, estamos asistiendo a una espiral de episodios más o menos ruidosos donde, no sólo a causa del miedo a las represalias, los europeos comienzan a interpretar la corrección política como una invitación a la autocensura con forma de mordaza.
El temor, o la prevención, reviste todos los síntomas de una epidemia. Es decir, afecta por igual a las fiestas populares y a las óperas más selectas, a las declaraciones de los papas y a las de los humoristas. De nada sirve alegar ante los imames de aquí o de allá que las fiestas de Alcoi son pura simbología inofensiva, que la ópera de Mozart remite a una ficción o que las razones del Papa son rebatibles con otras razones sin necesidad de desatar la habitual algarada de rugidos y rabia planetaria. Basta la menor protesta islámica para que toda la Europa laica se retracte y pida perdón, y hasta censure a quien no ha hecho otra cosa que manifestar libremente su opinión en un territorio libre.
La libertad de expresión ha sido una de las conquistas más laboriosas de nuestra historia. Nos ha costado veinte siglos de hogueras, patíbulos y pelotones de fusilamiento. Aunque no compartamos la opinión de un papa, ni la causticidad de un humorista, defender esa libertad implica mucho más que un gesto. Defendemos nuestra propia cultura y nuestra propia libertad, pero también nuestra identidad y nuestra dignidad colectiva. Se trata, pues, de cuatro conquistas irrenunciables que no deben mermar un ápice ante el respeto a todas las creencias y religiones que conviven hoy pacíficamente en Europa. Sin embargo, a golpe de fatwas y amenazas, del Alcoi a Nueva York, y de Ratisbona a Copenague, lo cierto es que esas libertades están mermando. «Por no ofender», nos amordazamos nuestro derecho a manifestar nuestro criterio. «Por no herir sensibilidades», suprimimos escenificaciones históricas de celebraciones ancestrales. ¿Cuál será el siguiente paso?
Habrá entre nuestros lectores quien recuerde cómo se celebraba en otro tiempo el 12 de Octubre, día del Pilar, pero también «día de la Hispanidad». La abominable herencia de la Dictadura unida a las susceptibilidades identitarias, acabaron con una conmemoración cultural nacida inocente, que, sin embargo, se mantiene viva en los territorios de la Francofonía o de la Commonwealth.
En otra escala puede suceder algo semejante con el tradicional Alarde del Moro que se celebra en Antzuola a finales de julio. Aquí, como es sabido, se rememora la batalla de Valdejunquera -sucedida en el año 920-, donde una compañía de Antzuola participó en defensa del rey Sancho I frente a los ejércitos de Califato de Córdoba. Aunque en este caso el tratamiento que se depara a la figura de Abd-al-Ramán III no es en absoluto ofensivo, ¿ qué sucedería si la comunidad islámica considerase, de pronto, que la caricatura del moro es improcedente, o impropias que las palabras que se ponen en su boca?
Posiblemente asistiríamos a un nuevo debate donde los partidarios de la corrección política 'interiorizarían' el razonamiento islámico y, con presión o sin ella, con la coartada de la exactitud historiográfica, el Alarde de Antzuola empezaría a tambalearse para acabar corriendo una suerte semejante a «la mahoma» de Alcoi.
Sería conveniente que reflexionásemos en la eficacia de estas retracciones. ¿Nos las aplicamos confiando en que el ejemplo europeo mueva a una reacción paralela en los países de la media luna? Y, de ser así, ¿no pagaríamos complacidos una merma de nuestras libertades a cambio de que ellos incrementasen las suyas? Por desgracia esto no es así en absoluto. Los 'ofendidos' regímenes islámicos no conciben la autocrítica. Por más que adecuemos nuestra conducta a su sensibilidad, en sus Estados no se advierten atisbos de que vayan a renunciar a ese sistema brutalmente teocrático que rige la vida diaria y política de sus pueblos. Una caricatura de Mahoma puede ser ofensiva. Pero sin duda alguna, bastante más denigran su palabra quienes justifican en nombre del Islam a los kamikazes del 11-S y del 11-M, quienes consienten la burka y la lapidación de mujeres adúlteras, o quienes aplauden al presidente iraní cuando promete exterminar a los judíos.
Los islamistas moderados que se apresuran a callar bocas en Europa jamás abren la suya para hacer frente en sus países a quienes administran su fe como una espada. Jamás salen a la calle para denunciar las amenazas que Al Qaeda hace extensivas a todo Occidente a través de la cadena Al Yazira. Y por supuesto, esta emisora árabe jamás pone límites a su libertad de expresión cuando se trata de dar voz a terroristas que celebran asesinatos masivos o demandan la reconquista de Al Andalus y los Balcanes.
Hay que plantearlo ya, y comenzar a invitar a esos musulmanes que se dicen herederos del Islam racionalista, el de Avicena y Averroes, a que hagan oír su voz no en Europa, sino allá donde es más necesaria. Pues sería muy saludable para ellos mismos que en vez de velar por lo que pensaba Mozart acerca de Mahoma en el siglo XVIII, saliesen a las calles de Riad para protestar contra las aberrantes conculcaciones de todos los derechos civiles que se ejercen hoy en sus países, contra la manipulación de la opinión, contra el secuestro absoluto de la libertad, que es también el de la moderación a cuenta del brutal radicalismo rampante.
Mientras eso no suceda, reprimir libertades en Europa o cercenar representaciones simbólicas en nuestros pueblos, no favorece sino a quienes administran el miedo atribuyéndose el monopolio de la fe en los Estados islámicos. Es ahí, y no en Alcoi ni en Antzuola, donde está por librar una verdadera batalla de Valdejunquera entre la luz y las tinieblas.
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