2006/07/24

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  • “Paganizar” las fiestas
  • EHGAM-DOK, 2006-07-24 # Mikel Martin · Julen Zabala · Militantes de EHGAM

El pasado 6 de Julio se dio un importante paso para hacer nuestra sociedad un poco más civilizada. El grito del concejal de Iruñea Javier Eskubi en el chupinazo anunciador de los sanfermines, transformó el tradicional en uno bastante más laico: “Viva las Fiestas de San Fermín”.


La posterior intervención de la alcaldesa Barcina para introducir, forzadamente, los tradicionales “Viva San Fermín” y “Gora San Fermin” da más valor, si cabe, a la actitud de Eskubi, consecuentemente agnóstica. Quienes luchamos por una sociedad verdaderamente laica y desprovista de cualquier símbolo religioso consideramos que ha sido un pequeño, pero decidido, avance en la transformación social.


Hubiéramos querido, sin duda, más: que el grito hubiera sido “Viva el 7 de Julio”. Pero todo llegará. Es tal la influencia de la Iglesia en casi todos los aspectos de la vida social, que restringir su presencia al ámbito estrictamente privado resulta una tarea más que titánica. Y un paso como éste, por mínimo que parezca, debe ser valorado como heroico.


La Iglesia siempre lo ha tenido claro: “santificar” las fiestas. Es bien sabido que en su empeño de convertir a los infieles, no ha dudado en apropiarse de los símbolos y tradiciones “indígenas”, en un proceso calculado de asimilación y desintegración de las culturas originarias.


El resultado está a la vista: apenas nos quedan reminiscencias de las fiestas que en su origen fueron claramente paganas. Es más, las principales festividades cristianas se asientan, con descaro, sobre ritos ancestrales del ser humano, como los solsticios.


La Iglesia, en su afán totalizador de controlar la vida personal y social apenas ha dejado, a regañadientes, un escape en carnavales y carnestolendas, a sabiendas de que les seguían cenizas, procesiones y cuaresmas.


No deja de ser curioso que hoy en día grupos parroquiales y esos mal llamados “de tiempo libre” (en vez de “adoctrinamiento de la infancia”) participen activamente en fiestas y carnavales. Frágil su memoria: no hace nada que perseguían, denunciaban, prohibían cualquier sarao, festejo, baile…, eso sí, con el apoyo incondicional del poder establecido.


Aún más, ¿por qué quieren olvidar aquella Acción Católica que señalaba con el dedo a quienes, condenados y pecadoras, iban a los cines a ver películas como “Lo que viento se llevó”? Su memoria es lo que se llevó y hoy no dudan en proclamar “la adaptación a los nuevos tiempos” como una forma más de permanecer donde siempre han estado.


Y así siguen manteniendo su presencia, en pueblos y ciudades, en colectivos y gremios: santos y procesiones, vírgenes y romerías, patronales y bendiciones… Tal es la tela de araña que tejieron a lo largo de la historia, que resulta casi imposible salir de ella: corporaciones que siguen acudiendo en procesión hasta el santo patrón, alardes que acaban en ermitas, agua bendita para hortalizas y para cualquier cosa, repiques de campanas anunciando lo que sea, paseos de arcángeles, imágenes y reliquias, sagrados corazones y cientos de cruces que hunden sus cimientos en los picos de montes y montañas…


No es de extrañar, por ello, que pueblos y ciudades conserven las fiestas dedicadas a santos, santas y vírgenes: sanignacios, santanas, sanjuanes, madalenas, sanfermines, santiagos, sanmigueles, sanpedros… Los movimientos sociales y vecinales deberían apostar claramente por una profunda transformación de las estructuras de la sociedad hacia planteamientos realmente laicos y progresistas, y no deberían conformarse con un mero cambio de parte del contenido de los programas festivos.


Pueden empezar por “paganizar” el propio nombre de las fiestas, que, aunque no lo parezca, también es importante. Las palabras tienen, sin duda, más significado de lo que parece. Así nos lo demostró el 6 de Julio: no es igual dar vivas a un santo que a las fiestas, aunque sean de ese mismo santo. Y no por nada, sino porque a quienes quieren que todo siga igual les dolió, les duele. Aunque sólo sea por eso.


Reducir a la esfera privada cualquier manifestación religiosa significa que los poderes públicos deben impulsar el cambio: no participar institucionalmente en ninguno de esos actos, por muy “tradicional” que sea; excluir de los programas festivos “herri mezak” y cualquier actividad religiosa; no subvencionar entidades (incluidas las de carácter asistencial, educativo o de tiempo libre) que tengan relación con la iglesia o con cualquier otra religión; eliminar los nombres religiosos de calles, barrios e, incluso, ciudades; preparar las bases para el cambio hacia una sociedad realmente laica…


Las fiestas tendrán que asumir estos cambios, porque la sociedad está en constante transformación. Y no se trata únicamente de la participación igualitaria en alardes y similares. Llegará un día en que en la “esku dantza” de santaneros y santaneras de Ordizia participará una pareja de gays o de lesbianas, como matrimonio recién casado, con el mismo derecho que los otros. Que esto sea “normal” cuanto antes depende de quienes nos comprometemos de verdad por luchar por una sociedad mejor.


Las “tradiciones” festivas deberán modificarse irremediablemente: no ha lugar a connotaciones sexistas, heterosexistas, machistas, militaristas, xenófobas, discriminatorias… El pobre “moro” del alarde de Antzuola dejará de ser sometido y, quién sabe, tal vez la fiesta se convierta en una bienvenida a un “subsahariano sin papeles”. Sólo necesitamos voluntad y dosis de imaginación.


Si nuestro objetivo es eliminar cualquier presencia religiosa en la sociedad civil, deberemos plantearnos incluso la transformación de muchos símbolos hoy en día casi incuestionables. ¿Podremos convertir en laica una ikurriña, cuya cruz blanca y aspa verde no son sino simbología cristiana? ¿Dejaremos de festejar el día de la patria un domingo de Resurrección?


Nada es imposible, como nos acaba de demostrar, el pasado mes de Junio, la Conferencia mundial de la Cruz Roja, al adoptar un nuevo distintivo universal, aconfesional y sin vínculo con ninguna religión: el “Cristal Rojo”. Una buena noticia para el laicismo, pues sustituye a los símbolos y nombres de la cruz y la media luna roja, de carácter claramente religioso. El nuevo distintivo, el marco rojo de un rombo sobre fondo blanco, puede ser asumido por cualquier persona sean cuales sean sus creencias. A partir de ahora será nuestra tarea que este nuevo símbolo se implante cuanto antes en todas partes.


En fin, que durante demasiados siglos se han empeñado en “santificar” las fiestas. Por ello la tarea de volver a “paganizar” las fiestas nos va a resultar larga, ardua y difícil. Quienes creemos en una verdadera sociedad civil, realmente laica y desprovista de cualquier connotación religiosa, sea de la religión que sea, vamos a seguir poniendo todo nuestro empeño en ello.

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