2006/07/17

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  • Hasta que la muerte nos separe
  • Gara, 2006-07-17 # Josebe Egia
En pleno siglo XXI se pasea el Papa por Valencia reiterando la maldición de la indisolubilidad del matrimonio hetero, el único válido para la doctrina católica. No importa si la pareja se quiere o no, o si no se pueden ni ver y lo que un día fue amor se ha transformado en odio y, ni siquiera, si hay maltrato. Resignación cristiana, hay que seguir amarraditos los dos pase lo que pase.

Ratzinger lo dijo nada más bajar del avión y lo repitió en las concentraciones multitudinarias, criticando las leyes españolas que han introducido el matrimonio homosexual y han acelerado los trámites del divorcio. El objetivo primordial era proclamar la inviolabilidad de la institución familiar basada en el matrimonio de hombre y mujer, y lo hizo a conciencia. No fue una sorpresa, teniendo en cuenta las «perlas» que suelta la mayoría de la jerarquía española ­como Cañizares que habla de «leyes injustas que no deben ser obedecidas»­ pero sí es de preocupar. La Iglesia Católica, que queramos o no tiene una gran influencia social, considera que está en «tierra de misiones» y por ello tiene el derecho y el deber de dar la batalla para que sus valores rebasen el ámbito privado de la religión, aunque sea en contra de una legislación que emana del Parlamento de un Estado aconfesional como el español. Este sí que tiene la obligación de impedir que la religión dirija y se entrometa en un ámbito que no le pertenece para que su doctrina sea acatada por toda la ciudadanía, sea o no católica.

Esa doctrina es la que lleva todavía a demasiadas mujeres a pensar como una peregrina en Valencia. Esta reconoce que todas las parejas atraviesan por ciertos «problemillas», que los hombres tienen un «carácter fuerte» y que «hay que saber manejar la situación». A su juicio, la solución se escribe en clave de azúcar y un poco chocolate. «Cuando tu esposo llega a casa cansado y cabreado, lo mejor que puedes hacer es prepararle su postre favorito», aconseja. En cuanto a las relaciones sexuales prematrimoniales considera que «el sexo va unido al amor. Así ha sido siempre y así debe ser. No se debe buscar el placer, sino los hijos. Además, no lo digo yo, ¡lo dice el Papa!». ¿Cuántas mujeres siguen aferradas a este tipo de relación dependiente? pues me temo que muchas más de las que podemos pensar.

La igualdad entre los sexos no ha sido nunca importante para la Iglesia Católica a ningún nivel: una ­ estructura jerárquica, piramidal y totalmente patriarcal donde las haya­ y la familia que trata de conservar no es otra que una tradicional, patriarcal e involucionista. No tiene en cuenta que cada vez se producen más modelos familiares diferentes. Que junto a la tradicional existen monoparentales, de personas del mismo sexo, parejas de hecho que, afortunadamente, ya tienen el mismo paraguas legal. Al contrario, es justo contra esa realidad social contra la que pelea.

Por eso a muchos obispos españoles les ha parecido muy tibio lo que ha dicho el Papa. A quienes sostienen que España es ahora «una nación de misiones», incluso en situación «martirial», a causa de las persecuciones del Gobierno ­Roma lo llama «fundamentalismo laicista»­ que la familia está perseguida, las y los católicos acobardados y con miedo, la enseñanza amenazada, y en peligro incluso la unidad de España, «un bien moral», o que no se puede convertir a ETA ni a sus cómplices en interlocutores del Estado en el proceso de paz en el País Vasco... se les ha quedado corto el discurso papal.

Menos mal que en esa Iglesia conviven otros grupos como los colectivos Kristau Sarea, las comunidades Fe y Justicia y Eliza Gara de la CAPV ­aunque por supuesto no con el mismo poder ni influencia, ni apoyo del PP­ que piensan y dicen que «la diversidad familiar es una riqueza a cuidar y desarrollar» y que el camino «no es la exclusión sino el reconocimiento de las personas separadas y divorciadas y de las diversas parejas y matrimonios formados por personas de distinto y del mismo sexo». Añaden además que «las amenazas patentes para las familias no proceden de las diversas opciones de convivencia, sino del sufrimiento provocado por la pobreza, la inmigración, el paro, la falta de trabajo digno y de vivienda, la precariedad laboral, la violencia en el hogar, las consecuencias del consumismo y del individualismo, y la ausencia o la pérdida del amor».

De preocupar también es el acuerdo para la reforma de pensiones firmado esta semana. Además de discriminatorio, también parte para la pensión de viudedad del mismo principio «hasta que la muerte os separe». Pero de éste hablaremos largo y tendido en setiembre.

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